Capìtulo 18 – Las ondas electromagnéticas

Smartphone, smart TV, smartwatch, tablet… La tecnología nos rodea por todas partes, y también a los niños. Pero ¿qué sucede en el cerebro de los más pequeños cuando se expone a las radiaciones del bluetooth y la red wifi? Es un tema que genera mucho debate en la comunidad científica y, hasta la fecha, no se han demostrado evidencias universalmente re-conocidas acerca de las consecuencias de la exposición a las radiaciones producidas por los dispositivos electrónicos.

Según un estudio publicado en la revista científica Journal of Microscopy and Ultrastructure, en 2014,19 exponer a los niños a las radiaciones con-tinuas de las ondas wifi podría ser perjudicial. De hecho, las radiaciones podrían dañar el cerebro de los niños porque sus tejidos cerebrales son más absorbentes, sus cráneos, más finos, y su tamaño, proporcionalmente más pequeño, por lo que es más sensible a las radiaciones. Además, las ondas emitidas por la red wifi podrían provocar la degeneración de la vaina de mielina protectora que rodea a las neuronas cerebrales. La exposición a las radiaciones en la edad fetal sería aún más peligrosa. Tanto que se aconseja a las embarazadas no tener su teléfono móvil en contacto con el cuerpo.

Según diversos informes, no está probado científicamente que los campos electromagnéticos de radiofrecuencia de los sistemas wifi sean perjudiciales para la salud. Asimismo, los niveles de exposición son muy inferiores a los límites de exposición recomendados a escala internacio-nal. Esto también es cierto en el caso de las antenas móviles comunitarias.

Además, se debe observar que las paredes atenúan la señal notablemente. Es la misma posición en la que se basa el informe de la OMS de 2006 sobre las estaciones de radio base y las tecnologías Wireless. (20)

La agencia Britannica Health Protection Agency también ha puesto la lupa sobre la seguridad del wifi. Según esta agencia, las señales de radio emitidas por los dispositivos tienen una potencia muy baja. De acuerdo con sus estudios, sentarse junto a un dispositivo wifi durante un año equivaldría a recibir la misma cantidad de ondas de radio de una llamada de móvil de veinte minutos.

En espera de la realización de estudios más exhaustivos en este cam-po, la Baby Wellness Foundation aconseja seguir una serie de reco-mendaciones:

  • Evitar exponer a los niños, sobre todo si son muy pequeños, a fuentes de radiación de forma prolongada (teléfonos, tablets, ordenadores, routers y repetidores de señal que utilicen la tecnología wifi).
  • Apagar los repetidores de señal wifi de la red de internet do-méstica, así como otros dispositivos, antes de ir a dormir. Al-gunos aparatos ofrecen la posibilidad de programar el inter-valo horario de funcionamiento.
  • No dejar los aparatos con la conexión de radio activa (wifi o red telefónica) cerca de la cama, sobre todo, cuando hay ni-ños cerca.
  • No interactuar con ningún aparato electrónico durante la lactancia.

Capìtulo 17 – La elección de los colores

¿Una estancia decorada con pinturas neutras y colores pasteles ayuda a relajarse y a conciliar el sueño más deprisa? ¿Y los colores claros y vivos favorecen el buen humor más que los oscuros? Para los adultos es así en la mayoría de los casos, pero ¿esta regla también vale para los más pequeños? ¿De qué colores conviene elegir los muebles, la decoración, los accesorios, los juguetes y la ropita para favorecer su bienestar, para estimularle e influir de forma positiva en su comportamiento? ¿Y hay colores más apropiados para las niñas o los niños?

Empecemos diciendo que los niños, al nacer, poseen una capacidad de percibir los colores escasa o nula. No es hasta los cuatro o cinco meses cuando demuestran captar los diferentes colores de los objetos.16 Concretamente, a los cinco meses, son capaces de distinguir categorías de colores, por ejemplo, el rojo del amarillo o el verde del azul, y también matices del mismo color, como las diferentes tonalidades del rojo.

Desde un punto de vista evolutivo, es importante que esta competencia se adquiera en el momento en que el niño empieza a gatear y a moverse en el ambiente, puesto que esto le ayuda a orientarse y a identificar posibles amenazas.

Los expertos también recurren a la evolución cuando se trata de asociar emociones concretas a colores determinados. (17) El ser humano ha transcurrido gran parte de su historia evolutiva al aire libre, expuesto a la luz del sol, a los matices del azul del cielo y el agua, y al verde de la vegetación. Tiene sentido considerar que el amarillo, el azul y el verde se asocian automáticamente a sentimientos positivos, al bienestar, la seguridad y la calma. Al contrario, el negro y el gris son los colores de la noche, un tiempo en el que nuestros antepasados debían ocultarse para escapar de los depredadores, y están asociados a las tormentas y al mal tiempo.

Algunos estudios también indican que las percepciones asociadas a los colores pueden recibir la influencia de las condiciones atmosféricas: en los meses de invierno, se tiende a apreciar más los colores cálidos, como el rojo y el naranja, que sugieren una sensación de calidez, mientras que en los meses de verano se prefieren los colores más fríos, azul y verde, asociados a la acción refrescante del agua y a la sombra de las plantas.

Cuantos más años pasan, más condicionadas por las experiencias personales y la cultura están las preferencias de un niño, tanto en lo que a los colores se refiere como a las asociaciones entre los colores y las emociones. Una niña de cinco años puede odiar el amarillo porque le han dicho que “los vestidos amarillos le quedan mal”; a un niño de seis años le puede encantar el color negro porque practica judo y “quiere ser cinturón negro”. (18) Sin embargo, sigue destacando la preferencia por los colores claros y vivos, y su asociación con sentimientos positivos, de energía y bienestar.

En la asociación entre niños y colores, está clara la distinción entre los colores que relajan y los colores que estimulan. El desarrollo de la visión en los primeros años depende de igual modo de la correcta equipación anatómica, es decir, del funcionamiento de los ojos, el nervio óptico y las áreas cerebrales encargadas de elaborar el estímulo visual, como del entrenamiento, a través de la exposición a la luz del sol o de la observación de objetos estáticos y en movimiento, cercanos y lejanos.

Mostrar al niño objetos de colores vivos e invitarle a jugar con ellos representa un ejercicio práctico que estimula el desarrollo de la visión y, al mismo tiempo, despierta su curiosidad y activa su interés. Por este motivo, los juguetes, los sonajeros y los móviles de cuna suelen ser de colores muy vivos.

Por el contrario, conviene elegir tonos más neutros para las paredes de la habitación del bebé, así como las sábanas y todos los accesorios relacionados con el momento del sueño, con el fin de evitar que un estímulo visual demasiado intenso distraiga al bebé del sueño. El verde claro, el amarillo y el celeste son perfectos, porque ayudan a relajarse.

Los más pequeños no pueden expresar preferencias personales y, probablemente, no tienen ningún color favorito, pero lo adquirirán con el tiempo y la costumbre, asociándolo a experiencias positivas. Es probable que, precisamente, el color elegido para decorar su habitación se acabe convirtiendo en su color preferido con el paso de los años.

En nuestra sociedad, todavía hay quien acostumbra a elegir ropa y accesorios de color rosa para las niñas y azul para los niños. Se trata de una convención de origen puramente cultural, sin ningún fundamento biológico, tanto que, hace pocos siglos, era costumbre vestir a los niños de rosa, color que recordaba al rojo, asociado con el coraje y las habilidades militares, y a las niñas de azul, por analogía con el velo de la virgen en las representaciones sacras.

Así pues, la decisión de vestir a las niñas de rosa y a los niños de azul pertenece al ámbito de las preferencias de los papás. Probablemente, influirá en los futuros gustos del pequeño en materia de colores, pero no tendrá ningún efecto sobre su identidad de género.

Capìtulo 16 – El aire acondicionado

El uso de climatizadores permite mantener un ambiente confortable para el bebé y evita exponerle a temperaturas demasiado elevadas, que el organismo no es capaz de sobrellevar completamente, sobre todo en los primeros meses. Sus mecanismos de termorregulación no están desarrollados del todo, por lo que pueden producirse episodios de sobrecalentamiento con las altas temperaturas. Un efecto secundario de las temperaturas elevadas podría ser la deshidratación, es decir, la pérdida de líquidos del organismo, debida a los mecanismos compensatorios que el sistema de termorregulación del niño pone en marcha para mantener baja la temperatura corporal (es decir, el aumento del flujo sanguíneo en la superficie del cuerpo y la sudoración).

Todo esto deriva en un estado de malestar que el niño pequeño suele manifestar a través del llanto y con inquietud. Tanto los sistemas centralizados de acondicionamiento del aire como los aparatos instalados en una sola estancia refrescan y deshumidifican el aire del ambiente interior, absorbiendo el calor y cediéndolo, después, al aire exterior. Asimismo, los filtros de los aires acondicionados permiten reducir la exposición a los agentes alergénicos y los pólenes. No obstante, hay que procurar no exagerar: la finalidad de la climatización es reducir el calor y la humedad, no crear frío. Por lo tanto, debe evitarse la exposición directa del niño al chorro de aire frío producido por el aparato. También es fundamental asegurarse de que los filtros de los aparatos se limpian con regularidad y se les realiza un mantenimiento adecuado, puesto que, como ya hemos visto, pueden actuar de incubadoras de peligrosos cúmulos bacterianos.

Capìtulo 15 – Los ruidos

El oído representa el sensor más potente del cuerpo humano. Tanto en estado de vigilia como durante el sueño, más del 80% de la estimulación recibida por el cerebro se origina en este órgano. Por lo tanto, tiene un papel de estimulación neuronal fundamental y es determinante en el desarrollo de la plasticidad cerebral.

La importancia de este órgano se observa desde el final de la vida intrauterina: a partir del cuarto mes y medio de embarazo, entra en funcionamiento y empieza a interactuar con el cerebro y el sistema nervioso central.

La capacidad auditiva del bebé es casi igual a la del adulto, mientras que su umbral de reacción al ruido es más bien bajo: si no lo conoce, basta un mínimo sonido para que se sobresalte. Acostumbrarse a los sonidos domésticos forma parte de su proceso de desarrollo, por lo que no se debe aislar al niño ni silenciar el ambiente. Simplemente, se debe tener un poco de precaución y sentido común. Al nacer, los conductos auditivos del bebé son mucho más pequeños que los de los adultos, y los sonidos fuertes y prolongados podrían tener un efecto negativo para la salud del oído.

Según la American Academy of Pediatrics, en los primeros meses de vida del bebé, el nivel de ruido no debería superar los 45 decibelios. (15) Por lo tanto, se recomienda no exponer al lactante a sonidos que superen este umbral. Generalmente, un lavavajillas produce de 45 a 60 decibelios de ruido. Un aspirador puede alcanzar incluso 70-80 decibelios. Incluso los sonidos emitidos por algunos juguetes podrían ser demasiado intensos.

Según el estudio publicado en la revista Pediatrics, la intensidad de algunos juguetes sonoros del mercado puede llegar a 79 decibelios, con picos de 85, ¡muy cerca de los 90 alcanzados por un martillo neumático! El estímulo del sonido es fundamental para el desarrollo de los sentidos del niño, pero no debe producirse de forma forzada. De vez en cuando, dejar que el niño permanezca un poco en silencio le irá bien, ya que aprenderá a descubrir los ruidos de fondo y los sonidos increíbles de la naturaleza.

Capìtulo 14 – La calidad del aire en el interior de la estancia

La Baby Wellness Foundation ha preparado algunos consejos prácticos sobre cómo garantizar las condiciones climáticas óptimas en el interior del ambiente doméstico:

  • Controlar las condiciones microclimáticas de las diferentes estancias, evitando temperaturas y humedades elevadas.
  • Ventilar la casa varias veces al día, al menos dos o tres veces durante cinco minutos. Si la contaminación externa es elevada, se puede hacer una sola vez al día, evitando las horas de tráfico más intenso.
  • En la cocina, aspirar siempre los humos con un extractor/campana y ventilar después de cocinar. Los humos y los productos de la combustión son muy contaminantes.
  • Realizar un mantenimiento periódico de las instalaciones de aire acondicionado y climatización, y programar la sustitución de los filtros.
  • Si se forma moho y condensaciones en las paredes, eliminarlas rápidamente pasando un paño con lejía.
  • La combustión de leña o biomasa en las chimeneas o las estufas sin sistemas de eliminación de contaminantes es nociva, tanto para el ambiente doméstico como para el exterior.
  • No fumar: los contaminantes químicos del tabaco permanecen en las paredes, los objetos, la decoración, las cortinas y la tapicería.
  • Reducir el uso de velas, sobre todo perfumadas, y barritas de incienso.
  • Las plantas como el filodendro o el potos pueden ayudar a combatir los tóxicos en el interior de casa, pero producen anhídrido carbónico por la noche. Algunas plantas pueden ser muy peligrosas y deben mantenerse fuera del alcance de los niños, como, por ejemplo, la Euphorbia pulcherrima (más conocida como flor de pascua o poinsetia), puesto que el látex contenido en sus hojas es sumamente urticante para la piel y las mucosas, y es tóxico si se ingiere.

Capìtulo 13 – La higiene en casa

Los niños no deben vivir en un ambiente estéril; hace años que los pediatras nos lo recuerdan.

De hecho, el sistema inmunitario del bebé se debe entrenar para reconocer como “enemigos” a los gérmenes, los virus y las bacterias: en un ambiente completamente estéril, no puede hacerlo.

Sin embargo, al mismo tiempo, es igualmente cierto que los niños son más propensos a contraer infecciones y desarrollar alergias. Entonces, ¿cómo hay que gestionar el tema de la higiene en casa, sobre todo cuando el pequeño empieza a gatear? Veamos, a continuación, algunas reglas y consejos prácticos:

  • Al menos dos o tres veces a la semana, hay que limpiar el suelo y pasar la aspiradora, así como quitar el polvo de las superficies. Si en casa hay un perro o un gato, es oportuno pasar la aspiradora alguna vez más. No deben utilizarse detergentes demasiado agresivos. Son preferibles los que son atóxicos y ecológicos, pero siempre en cantidades moderadas.
  • Las alfombras deberían reducirse al mínimo para evitar la proliferación de los ácaros. Si no fuese posible, se recomienda limpiarlas con frecuencia y a alta temperatura.
  • Para la limpieza de la ropa, es absolutamente recomendable un detergente neutro, hipoalergénico, o bien un jabón específico para la piel del bebé que no contenga fosfatos.
  • Los juguetes deben limpiarse regularmente: si se trata de peluches o juguetes de tela, es oportuno utilizar la lavadora. Para el resto de los juguetes, se puede usar un detergente suave o, mejor aún, agua y vinagre, o bien agua y bicarbonato.
  • Los zapatos deben quitarse antes de entrar en casa, para evitar que el niño entre en contacto con la suciedad de las suelas.

Capìtulo 12 – La preparación del ambiente doméstico

Hasta aquí, nos hemos ocupado del cuidado del bebé en el sentido estricto. Sin embargo, su bienestar no solo depende de las atenciones que se le dedican, sino que también afecta al ambiente que le rodea.

La llegada de un niño comporta, inevitablemente, una serie de adaptaciones de la casa y el mobiliario, así como una reorganización de los espacios de la casa que permita cuidar al pequeño de la mejor manera. Basándose en los hábitos y las características del niño, los papás descubrirán muy pronto cómo preparar los diferentes ambientes domésticos. A medida que el niño desarrolle su capacidad motriz, su curiosidad le llevará a agarrar objetos y llevárselos a la boca. Asimismo, probará a subir escaleras, abrir puertas, introducir los deditos en los lugares más impensables y rodar por el suelo. Por lo tanto, la vigilancia por parte del adulto deberá ser constante, pero no asfixiante. Deberá controlar al niño con atención, para prevenir posibles peligros, pero también deberá fomentar su independencia, de manera que, con el tiempo, el niño pueda desarrollar la capacidad de reconocer los peligros autónomamente y adquirir confianza en sí mismo.

La vigilancia por parte del adulto deberá ser constante, pero no asfixiante. Deberá controlar al niño con atención, para prevenir posibles peligros, pero también deberá fomentar su independencia.

En el último capítulo, dedicado a la elección de los productos de puericultura, aprenderemos consejos prácticos para preparar la casa desde el punto de vista de la seguridad. Hablaremos de barreras, protecciones para esquinas y otros artículos de seguridad. En cambio, en esta sección, nos ocuparemos de algunas cuestiones relacionadas con el ambiente doméstico en un sentido amplio, y que los nuevos papás no siempre conocen.

Capìtulo 11 – El llanto del bebé

En los primeros cinco minutos de vida, el llanto es uno de los signos que se valora para calcular el índice de Apgar, la puntuación atribuida a los parámetros vitales del niño. Si llora, significa que respira bien y que sus reflejos están activos. Los sollozos del bebé, unidos a sus miradas intensas, sus muecas y sus movimientos, suscitan en la persona que le cuida una ternura instintiva que se transforma en un inevitable sentido de protección. Como mínimo, durante los tres primeros meses, el bebé recurre al llanto como principal forma de comunicación, para reclamar la atención de los papás y pedir su asistencia. Llora si tiene hambre, sed, calor o frío; si siente algún dolor o molestia; si su figura de referencia se aleja de él; o si busca contacto físico o mimos. Los cachorros de algunas especies animales tienen la capacidad de permanecer separados de sus padres en espera de su llegada y no necesitan alimentarse con frecuencia. Como el resto de los primates, nosotros hemos evolucionado de forma distinta: llevamos con nosotros a nuestros pequeños y les alimentamos frecuentemente. Por esta razón, el niño llora y llama a la mamá y al papá si se le deja solo durante mucho tiempo. Por ello, el llanto suele cesar si un adulto de referencia lo coge en brazos, lo acuna, lo lleva consigo y le dedica atención. (11)

Es necesario darse tiempo para conocerse mutuamente: pueden hacer falta algunas semanas para empezar a sintonizar con el pequeño y comprender qué nos quiere decir con el llanto.

Desde los primeros días de vida, uno de los principales desafíos de los papás es, precisamente, tratar de entender este particular tipo de lenguaje, para ser capaces de acoger y satisfacer las demandas del recién nacido. No es una tarea fácil, ya que puede generar una sensación de desconcierto, llevando a la mamá y al papá a creer que no son capaces de entender y cuidar a su bebé. Sin embargo, es necesario darse tiempo para conocerse mutuamente: pueden hacer falta algunas semanas para empezar a sintonizar con el pequeño y comprender qué nos quiere decir con el llanto. Nunca hay que dejarse llevar por la ansiedad e intentar hacerle callar lo antes posible, “tapándole” la boca con el chupete o con el pecho: así, no solo nos arriesgamos a no consolarle, sino que, además, acabamos por no responder a su necesidad real. Es mejor cogerle en brazos, hacerle entender que estamos con él y observarle para intentar averiguar el motivo de su inquietud. El llanto siempre requiere una res-puesta: ignorarlo para no “malacostumbrarle” es contraproducente. Es cierto que, a la larga, el pequeño deja de llorar y aprende a consolarse solo, pero corre el riesgo de convertirse en un niño poco comunicativo y un adulto inseguro.

Sin embargo, algunas veces, el llanto es inconsolable y no se puede hacer otra cosa que estar ahí, intentando mantener la calma, para evitar que el niño perciba el nerviosismo de sus papás, se inquiete a su vez y se desencadene un círculo vicioso. Si, a pesar de atender a sus necesidades y tomar todas las medidas habituales para calmarle, el niño llora durante mucho tiempo de forma inconsolable o de un modo distinto a como lo hace normalmente, es oportuno consul-tar al pediatra para que investigue las posibles causas de su malestar. Existen diferentes tipos de llanto, difícilmente clasificables, puesto que cada niño se comunica de forma distinta, y también porque se pueden asociar a más de una causa al mismo tiempo. Únicamente quien está con él día y noche, con el tiempo, sabrá reconocer y distinguir las causas.

No obstante, algunas formas de llanto son muy específicas y se distinguen claramente.

TIENE HAMBRE: es el llanto más fácil de reconocer, porque es soste-nido, fuerte e intenso. Puede empezar gradualmente o de repente, cuan-do generalmente el niño tiene los ojos cerrados, sin lágrimas, y cierra los puños fuertemente sobre el pecho para después abrir y cerrar los brazos. El llanto es una señal de hambre tardía que debe satisfacerse lo antes po-sible, para evitar que el estado de excitación del pequeño le impida succio-nar correctamente, lo que aumentaría su desesperación. Se recomienda alimentar al bebé a demanda, observándole para comprender cuáles son las señales inequívocas de hambre: la lengua choca con el paladar o los labios se mueven como si estuviera chupando, sacude la cabecita como buscando el pecho y, poco antes del llanto, se lleva las manitas a la boca y empieza a chuparse el dedo o la muñeca.

TIENE SUEÑO: empieza como un lamento. El niño está inquieto, lloriquea y se agita como si no encontrase la posición adecuada. Coger-le en brazos y mecerle dulcemente le suele calmar: sus movimientos se reducen, su ritmo cardíaco se ralentiza y acaba conciliando el sueño. Sin embargo, una vez puesto en la cuna, no es raro que vuelva a llorar. En este caso, se puede probar el método piel con piel, que ha demos-trado que, entre otras cosas, tiene un efecto analgésico muy eficaz para calmar a los niños, incluso después de una vacuna o una extrac-ción de sangre. (12) Cada niño tiene sus preferencias: algunos prefieren ser mecidos con un ritmo más enérgico, mientras que otros adoran la tranquilidad; unos quieren caricias y a otros les basta el contacto y no les gusta que les manipulen demasiado. Hay que aprender a conocer sus preferencias y adaptarse a ellas. En los primeros meses, muchos be-bés se tranquilizan cuando se les envuelve en una faja o un arrullo, si se les mece con un movimiento rítmico, con la barriguita apoyada en el cuerpo del adulto, y si escuchan una voz familiar que emite sonidos sibilantes como “shhh”. (13) Ciertamente, los niños son capaces de per-cibir la implicación emocional del adulto que les cuida. Si les acuna una persona que los mira con expresión neutra, que no habla ni canta, o, peor aún, lo hace mientras mira la pantalla de un móvil, se sienten a disgusto. Así pues, es importante que el adulto cansado o nervioso pida ayu-da a otra persona para cuidar del pequeño mientras descansa, para volver a ocuparse de él con fuerzas y entusiasmo renovados. (14)

LE DUELE ALGO: el llanto por dolor agudo, como en el caso de una contusión o una reacción a una vacuna, es fuerte y repentino; después, es menos intenso; y finalmente, pasa. En este caso, basta con coger al bebé en brazos, mimarle y consolarle con palabras dulces y voz calmada. En cambio, en caso de cólicos, el llanto a veces es inconsolable: se pre-senta repentinamente, el niño se pone rojo y encoge las piernas. Suele ocurrir por la tarde o por la noche, con regularidad, entre el inicio del pri-mer mes y el final del tercero. No hay mucho que los papás puedan hacer, aparte de buscar inspiración en los consejos contenidos en el capítulo dedicado al sueño.

ESTÁ NERVIOSO: es similar al llanto por sueño, pero al niño le cues-ta dormirse. Está especialmente tenso, inquieto y perturbado, y llora de forma intermitente. Podría tener calor o frío, irritación o, simplemente, sentirse mal porque el pañal está sucio. Después de excluir todas estas ra-zones, la única solución es dejar que se desahogue, permaneciendo a su lado y haciéndole notar nuestra presencia tranquilizadora.

Capìtulo 10 – La limpieza de los ojos, las orejas y la nariz

Después de una noche de sueño, los niños, como los adultos, pueden tener legañas en los ojos, debido al estancamiento de las secreciones producidas durante el descanso. La presencia por la mañana de moderados residuos de mucosidad en los ojos es normal. En cambio, si las secreciones son abundantes y densas, y el ojo está enrojecido y pegajoso, es oportuno consultar al pediatra, puesto que podría tratarse de una conjuntivitis.

Para la higiene ocular, suele bastar un poco de agua templada. Si no fuese suficiente, será necesario utilizar una gasa suave y estéril empapada en solución fisiológica o agua esterilizada, pasándola delicadamente por el párpado, desde el ángulo interno hacia el externo, y procurando cambiar la gasa antes de pasar al otro ojo.

Los oídos son órganos impermeables y pueden mojarse durante el baño sin ningún problema, pero solo deben lavarse en su parte más externa. De hecho, los oídos se limpian solos.

En cada baño, el agua, la humedad y la pequeña cantidad de producto de higiene que pueda penetrar en el conducto auditivo tienden a disolver y eliminar el exceso de cerumen. Una vez finalizado el baño, bastará con enjuagarlo y secarlo delicadamente con una toalla suave. Cuando el niño sea más mayorcito y se le seque el pelo, se podrá dirigir el aire del secador hacia el conducto con mucho cuidado, para evaporar la humedad residual.

Se sabe que el uso de bastoncillos de algodón es perjudicial porque compacta el cerumen y puede provocar lesiones en el canal auditivo. Cabe señalar que el cerumen tiene una función antibacteriana y protectora indispensable para la salud del canal auditivo. Sin embargo, su presencia se asocia, a menudo, a una falta de higiene y a un obstáculo para la audición. En realidad, solo puede generar molestias y escozor cuando se produce en exceso o cuando, precisamente, es empujado hacia el interior del canal auditivo, formando lo que se conoce como tapón de cera. En estos casos, es oportuno consultar al pediatra, quien, con una simple otoscopia, podrá prescribir un cerumenolítico o proceder a la extracción mecánica del tapón.

Pasemos a la nariz. En los primeros meses de vida, el pequeño es un respirador nasal obligatorio, es decir, solo respira por la nariz, y no por la boca, la cual, de forma primaria, necesita para agarrarse al pecho y comer. Por lo tanto, la nariz no solo es un órgano para que pase el aire, sino también un punto de conexión importante para todas las vías respiratorias, como los oídos, la garganta y los senos paranasales. Para el bebé, una posible congestión nasal resulta muy molesta, le impide descansar y mamar bien, y reduce el correcto aporte de oxígeno a los pulmones. ¿Cómo se previene la acumulación de secreciones en su naricita y cómo se despeja, dado que el niño, hasta al menos los tres años, no es capaz de sonarse solo?

Para mantener limpia la nariz del bebé en todo momento, hay que eliminar la mucosidad mediante lavados nasales específicamente estudiados para la edad neonatal e infantil. Un lavado nasal correcto consiste en la instilación por la nariz de una solución fisiológica a temperatura corporal, para limpiar las fosas nasales y eliminar el moco estancado. El lavado libera la nariz, elimina los agentes infecciosos y alergénicos, e impide que la mucosidad llegue a los oídos, las amígdalas, la garganta y los bronquios.

¿Cómo se efectúa el lavado nasal? Antes de llevarlo a cabo, es indispensable calentar la solución. A continuación, se aspira la solución fisiológica con una jeringuilla específica. Con el niño tendido sobre un cambiador o una superficie plana (se le puede envolver en una sabanita o un arrullo, para controlar mejor sus movimientos), y la cabeza girada hacia un lado, se introduce el dosificador (una jeringa provista de boquilla anatómica) en la fosa nasal superior y, con una ligera presión, se instila el líquido en la naricita. De este modo, la solución pasará de una fosa nasal a otra, favoreciendo la eliminación del exceso de mucosidad. A continuación, es preciso repetir la operación del otro lado, con la cabeza del niño girada hacia el lado contrario. Durante la fase de lavado, hay que asegurarse de que la boca del bebé permanece abierta. Al término del lavado, se debe incorporar al pequeño para favorecer la expulsión de los mocos, y limpiar la nariz con un pañuelo. (9)

Algunas veces, la congestión nasal puede no estar provocada por agentes infecciosos o alergénicos, sino depender de la sequedad de las mucosas.

Las células de la mucosa que recubre las vías respiratorias altas están provistas de cilios, unos finos pelitos “vibrantes” que actúan de “escoba” y expulsan la mucosidad hacia el exterior. El aire muy frío, muy caliente o muy seco puede paralizar los cilios temporalmente. Entonces, las secreciones se acumulan y la nariz se tapa. Por lo tanto, para mantener la mucosa de las vías respiratorias del pequeño a pleno rendimiento, es importante cuidar la calidad del aire de casa, evitando tener la calefacción al máximo y colocando en cada radiador un pequeño recipiente con agua que haga las veces de humidificador, o bien un paño mojado. El grado de humedad ideal en casa es del 50%.

Algunas veces, la congestión nasal puede no estar provocada por agentes infecciosos o alergénicos, sino depender de la sequedad de las mucosas. 

Dadas las condiciones climáticas de nuestro país, lo mejor que se puede hacer para establecer una temperatura y un grado de humedad adecuados en casa es abrir las ventanas a menudo y ventilar el ambiente. (10) Si se decide comprar un humidificador para la habitación del niño, es necesario limpiar los filtros con frecuencia, para evitar la acumulación de bacterias y hongos, que después se podrían dispersar en el aire, así como evitar añadir esencias perfumadas al agua del depósito, ya que podrían resultar irritantes.

Capìtulo 9 – El masaje infantil

Si a los adultos nos piden que visualicemos el concepto de bienestar, la imagen de un buen masaje estaría en las preferencias de la mayoría. No hay nada más relajante que pasar un día en un centro de bienestar y realizarse un masaje regenerador. ¿Para los niños también es así? Ciertamente. Respetando ciertos límites y siguiendo algunas reglas, el masaje del bebé es una costumbre que le hace sentir bien.

El toque amoroso de la mamá y el papá le consuela, le transmite amor y seguridad y le recuerda sensaciones y emociones vividas durante los nueve meses de embarazo. A través de la piel y el tono muscular, el bebé logra comprender los códigos del lenguaje táctil, así como a percibir sentimientos y sensaciones de las personas que le cuidan. En consecuencia, desde los primeros días, la mamá y el papá pueden “dialogar” con su bebé practicando el contacto piel con piel, realizado de forma respetuosa y consciente. Mediante el intercambio continuo de mensajes corporales, el vínculo se refuerza y los papás aprenden a conocer e interpretar las necesidades de su hijo. (8)

Desde los primeros días, la mamá y el papá pueden “dialogar” con su bebé gracias al contacto piel con piel, realizado de forma respetuosa y consciente.

Las técnicas de lo que hoy conocemos como masaje infantil han sido perfeccionadas y difundidas en Occidente por la doctora estadounidense Vimala McClure. Tras un período de trabajo en un orfanato en la India, decidió estudiar y profundizar en los beneficios de la práctica aprendida allí. Cuando nació su primer hijo, en 1976, perfeccionó la secuencia de los masajes, comprobando en primera persona las reacciones y los beneficios, y la completó con movimientos del masaje sueco y con elementos de la reflexología. En 1981, junto a Audrey Downes, fundó la International Association of Infant Massage (IAIM), con el fin de promover la práctica y la investigación en el ámbito del masaje infantil. La secuencia de Vimala McClure, descrita en su totalidad en su primer libro Infant Massage: a Handbook for Loving Parents, publicado en España bajo el título Masaje Infantil: Guía Práctica para el Padre y la Madre, se enseña todavía hoy a los papás de todo el mundo (en España, la organización más importante en este campo es la AEMI, Asociación Española de Masaje Infantil).

Vimala McClure dividió los beneficios del masaje infantil en cuatro grandes áreas:

  • ESTIMULACIÓN: además de estimular el tacto, el masaje actúa en todos los sistemas del cuerpo (cardiocirculatorio, respiratorio, gastrointestinal y motor) y ayuda al niño a tomar conciencia de su propio esquema corporal y a coordinar los movimientos. Durante el masaje, también se produce una estimulación de tipo sensorial: el bebé entra en contacto visual con la mamá o el papá, ve su rostro sonriente y sus ojos, escucha su voz y, a su vez, puede producir sonidos – tratando de imitarle -, y siente su olor, gracias al contacto y la cercanía. Así, aprende a relacionarse con el otro y a jugar con la cara y el cabello del adulto, con la boca y las manitas.
  • ALIVIO: la práctica constante del masaje puede relajar las tensiones musculares y las molestias debidas a la dentición, además de proporcionar alivio en caso de cólicos del lactante, estreñimiento, gases y resfriado. Durante el masaje, también se puede liberar la tensión emocional.
  • RELAJACIÓN: el masaje infantil relaja al niño y a la persona que lo realiza, liberando hormonas beneficiosas, como las endorfinas, la oxitocina y la prolactina, que ayudan a reducir el nivel de estrés. Los movimientos rítmicos de las manos y la ritualidad de los gestos ayudan al niño a adquirir la regularidad del ritmo sueñovigilia, así como a descargar las tensiones acumuladas durante el día a causa de los numerosos estímulos a los que el pequeño está expuesto.
  • INTERACCIÓN: el masaje favorece el proceso de apego entre los papás y el bebé: les ayuda a entrar en contacto y a crear un fuerte vínculo. Es un momento de nutrición afectiva que hace que el pequeño se sienta apoyado, amado y escuchado, además de ayudar a los papás a reconocer las señales de su bebé, haciéndoles sentir competentes y seguros.

Siempre y cuando se empiece con una extremada delicadeza y gradualidad, es posible masajear al bebé desde los primeros días de vida, empezando con movimientos simples de contacto, para llegar, poco a poco, a técnicas cada vez más específicas. El contacto debe ser siempre suave y respetuoso, y es bueno avisar al bebé cada vez, pidiéndole permiso para darle el masaje, con frases sencillas de aproximación que pasarán a formar parte del mismo ritual.

Para saber si el niño está receptivo, basta con observar su comportamiento. Si realiza movimientos lentos y mira al adulto a la cara, significa que es un buen momento para darle el masaje. En cambio, si gira la cabeza hacia el otro lado, se pone rígido cuando le tocan y se muestra inquieto, es mejor dejarlo para otro momento.

El ambiente que rodea al masaje debe ser cálido y confortable, y no demasiado iluminado. Un poco de música de fondo a bajo volumen contribuirá a relajar aún más el ambiente. Lo ideal es que los papás y el bebé estén en contacto directo, por ejemplo, sentándose en el sofá, con la espalda apoyada y las piernas flexionadas, conteniendo al pequeño. Otra opción es sentarse en el suelo o en la cama con las piernas cruzadas, con el niño de frente sobre una colchoneta, o incluso en el mismo cambiador (mejor, si no es demasiado alto).

Antes de entrar en contacto con el niño, es oportuno quitarse los posibles anillos y pulseras, y calentarse las manos. A continuación, si el niño no está desnudo, se procederá a desvestirle poco a poco, empezando por las piernas. El pañal se le puede dejar puesto, pero es preferible quitárselo. Para facilitar el deslizamiento de las manos sobre la piel, se aconseja utilizar un aceite vegetal de alta calidad sin perfume, por ejemplo, aceite de almendras.

Para aprender las diferentes técnicas de masaje infantil, aconsejamos visitar la página web de la AEMI (https://masajeinfantil.org/aemi/).

Capìtulo 8 – Vestir al bebé

En los primeros meses, el bebé no necesita muchas cosas en su armario. Por supuesto, no necesita ropita complicada de poner y quitar, con presillas, botones, lazos o incómodas costuras. A la hora de vestirle, lo mejor es apostar por el confort y la practicidad, eligiendo prendas sencillas y cómodas, fáciles de lavar, confeccionadas con tejidos naturales, como lino y algodón, transpirables y respetuosas con la delicada piel del bebé. De hecho, se le va a tener que cambiar con frecuencia: escapes imprevistos por el pañal, leche, saliva… El bodi es una prenda indispensable, ya que permite mantener la barriguita cubierta en todo momento, incluso durante el cambio de pañal, igual que los calcetines, sobre todo si el pequeño tiende a tener los pies fríos.

Los peleles y los pijamas de cuerpo entero también son muy cómodos, ya que están provistos de botones automáticos para hacer más rápido y práctico el momento del cambio. En el hospital, en los primeros días, también puede ir muy bien un gorrito, para protegerle las orejas y la cabeza tanto de la temperatura (ya sea alta o baja) como de la luz directa del sol. Además, la ropita del niño siempre debe adecuarse a la estación y a las condiciones meteorológicas del día. Una vez transcurridos los primeros 7-10 días, en los que podría necesitar un poquito más de abrigo, el bebé se puede vestir como el adulto, preferentemente por capas, de manera que se le pueda aligerar de ropa o abrigar más en función de las condiciones del momento. En el último capítulo del libro, aprenderemos más consejos prácticos para vestir a los niños.

Capìtulo 7 – El cambio de pañal

La zona del pañal es la que se debe lavar con más atención, tanto durante el baño como cada vez que se cambie al bebé durante el día. La orina y las heces son alcalinas, y su contacto prolongado con la piel del pequeño puede provocar irritaciones. Asimismo, un pañal sucio resulta muy molesto para el bebé, que puede despertarse y no querer volver a dormirse si no se siente limpio y seco. Por el bienestar y la salud del niño, los expertos recomiendan cambiar el pañal en cuanto se ensucie.

Después, hay que lavar la zona con agua corriente templada, ayudándose con una toalla suave o una gasa de algodón, que deben pasarse desde delante hacia atrás, para evitar el contacto de las heces con los genitales. Si los papás no tienen acceso al agua en el momento del cambio, se pueden utilizar toallitas desechables sin perfumes ni alcohol, específicas para bebés. La costumbre de lavar al bebé en cada cambio de pañal está muy arraigada en España, pero en otros países se recurre con más frecuencia al uso de toallitas limpiadoras. No hay que excederse con los lavados, pero, al menos una vez al día, la zona del pañal se debe lavar con agua corriente.

El cambio del pañal representa una ocasión extraordinaria de contacto entre los papás y el bebé. Un momento de intimidad hecho de caricias, sonrisas y descubrimientos. Un verdadero momento de bienestar.

En las primeras semanas de vida, las niñas pueden presentar pequeñas pérdidas de flujo, una reacción a los estrógenos, las hormonas que el organismo materno transmite al bebé a través de la placenta. Se trata de un fenómeno fisiológico, absolutamente normal, que no debe preocupar. Para retirar las secreciones, solo hay que lavarlas con agua corriente. En cuanto a la higiene de los niños, se deben evitar maniobras invasivas: el prepucio del niño suele estar adherido al pene, y no precisa ser bajado, dado que se correría el riesgo de provocar lesiones dolorosas.

Una vez realizada la higiene de la zona del pañal, lo ideal es dejar al pequeño con el culito al aire durante unos minutos. Antes de vestirle, si la piel del culito está irritada o inflamada, se aconseja la aplicación de una pomada con óxido de zinc, que formará una barrera protectora entre la piel, y las heces y la orina.

El cambio del pañal representa una ocasión extraordinaria de contacto entre los papás y el bebé. Un momento de intimidad hecho de caricias, sonrisas y descubrimientos. En definitiva, un verdadero momento de bienestar. Por ello, la mamá y el papá deberán procurar tener a mano todo lo necesario. No hay que distraerse nunca para coger algo que nos hace falta, tanto por una cuestión de seguridad como para evitar que el bebé se incomode.

Capìtulo 6 – Una manicura perfecta

Las uñas del bebé, aun siendo minúsculas, crecen muy deprisa, a razón de 0,1 milímetros al día, de manera que es fácil que el pequeño se arañe sin darse cuenta, dado que, en los primeros meses, todavía no controla plenamente los movimientos de los brazos. Algunos niños nacen con las uñas ya largas, tanto que en las maternidades se solía poner unas mano-plas a los recién nacidos para evitar que se arañasen la cara. Sin embargo, la ciencia nos dice hoy que el tacto es un sentido fundamental para el re-cién nacido. Con las manitas, aprende a conocerse a sí mismo, descubre el mundo que le rodea y, sobre todo, encuentra el contacto piel con piel con la mamá.

Por lo tanto, la mejor solución es aprender a cortarlas pronto, aunque al principio pueda parecer difícil o impresionar a los papás. Las uñas de las manos se deben cortar más o menos una vez a la semana, mientras que las de los pies, que crecen más lentamente, una o dos veces al mes. En las dos o tres primeras semanas, cuando las uñas son muy frágiles, se recomienda el uso de una lima de cartón para los bordes de las uñas. Des-pués, se podrán utilizar tijeras específicas de punta redondeada, o mejor aún, cortaúñas especiales para bebés.

Para evitar el riesgo de infecciones, los instrumentos que se utilizan para el corte de las uñas deben limpiarse y desinfectarse después de cada uso.

Las uñas deben cortarse siguiendo el perfil de los dedos, preferible-mente con un corte recto, que proteja los lados, para evitar que puedan encarnarse. También hay que evitar cortar las uñas demasiado cortas: es mejor quedarse a una cierta distancia del cuerpo ungueal, para evitar sangrados.

Por la misma razón, conviene elegir un lugar bien iluminado y cómo-do, así como efectuar el corte cuando el bebé esté tranquilo. El momento más indicado es después del baño, cuando el niño está relajado y las uñas están más blandas. Una vez cortadas, un suave masaje en los dedos con unas gotitas de aceite de almendras podrá transformar la experiencia en una ocasión de bienestar formidable.

Capitolo 5 – El cuidado del cabello

Cuando hablamos de cabello, no todos los bebés son iguales. Algunos nacen con mucho pelo, mientras que otros solo presentan una ligera pelusa.

Durante los primeros seis meses de gestación, el feto desarrolla los folículos pilíferos y, entre el sexto y el séptimo mes, su piel está recubierta de una fina capa de vello llamada lanugo, que normalmente desaparece hacia el final del octavo mes. La aparición de este lanugo se debe a la gran cantidad de estrógenos en circulación. Por esta razón, después de nacer, con la disminución de los esteroides placentarios, no es raro que se produzca una progresiva pérdida de cabello y pelos residuales.

En unos meses, la pelusa inicial da paso al cabello verdadero, que suele ser abundante y especialmente suave, con una línea de implante más bien baja sobre la frente. Además, no es extraño que los recién nacidos pierdan pelo de forma copiosa en la zona de la nuca. En otros tiempos, la alopecia occipital de los recién nacidos se atribuía a la posición en la cuna y al roce de la cabecita con la almohada. Esta creencia fue desmentida por una investigación efectuada por un grupo de estudiosos en 2012. Los científicos valoraron la incidencia de la alopecia occipital en un grupo de 301 recién nacidos, al nacer y al tercer mes de vida. (7)

Todos los pequeños dormían en posición supina, como recomienda la American Academy of Pediatrics. Entre estos bebés, la incidencia de la alopecia occipital era del 11,88%. Un dato que no difería especialmente del registrado en los años 1985-1995, cuando los niños se ponían a dormir en posiciones aleatorias, sin prestar atención a su posición. Por lo tanto, la alopecia no depende de la fricción, sino del hecho de que el ciclo del cabello de la región occipital va con retraso con respecto al de las regiones frontal, parietal y temporal, que se produce en el útero, antes del nacimiento.

Así pues, la alopecia occipital afecta a todos los niños, solo que, a veces, no resulta tan evidente porque la zona occipital presenta un número relativamente abundante de cabellos que ya están en fase de crecimiento. Por lo tanto, no hay que preocuparse. Basta con mantener limpio el cuero cabelludo para favorecer el crecimiento del pelo.

El lavado de la cabeza del bebé es muy importante para la higiene en general, pero, sobre todo, porque favorece la disminución de la secreción de sebo, que causa la costra láctea. Por ello, hay que efectuarlo con algunas precauciones.

En primer lugar, no se debe utilizar champú hasta los cuatro meses, como mínimo. El empleo de agua templada y una esponjita suave serán suficientes. El lavado debe realizarse con movimientos lentos y suaves, teniendo en cuenta que la cabecita del bebé es muy delicada y que todavía presenta zonas blandas. Es importante que estas zonas se manipulen y se laven de manera muy suave.

A continuación, el pelito debe secarse con una tela o toalla suave, sin frotar, y evitando presionar con fuerza en las zonas blandas. Si el bebé tiene poco pelo, se puede secar solo.

El uso de secador de pelo no está aconsejado en los primeros meses, puesto que podría asustar al niño o quemar su delicada piel. Más adelante, si el niño lo acepta, se puede utilizar el secador, pero a baja temperatura y manteniendo una distancia prudencial.

A partir de los cuatro meses, se puede usar un producto específico de higiene pediátrica (que también puede servir para el cuerpo), en una pequeña cantidad al principio. El producto de higiene deberá estar formulado a base de ingredientes naturales, sin siliconas ni conservantes, así como no producir una espuma excesiva y poder aclararse con facilidad.

No es raro que los bebés se muestren reacios a lavarse la cabeza. Es necesario encontrar la estrategia adecuada para que el momento del champú se convierta en una experiencia agradable. Por ejemplo, se puede inclinar al niño suavemente hacia atrás y hacer que el pelo entre en contacto con el agua de forma gradual, así como hablarle en un tono relajado, haciéndole partícipe de todas las operaciones.

En algunos casos, se puede seguir con el método del lavado con esponja, fuera del agua. Para los más mayorcitos, en los casos más extremos, incluso se puede recurrir al uso de viseras especiales, que le protegen del contacto visual directo con el agua y de las posibles salpicaduras de jabón.

Sea como sea, acompañar el momento de la higiene con un ritual agradable (por ejemplo, peinarle suavemente antes del champú o ponerle música, o incluso jugar a hacerle peinados divertidos) suele vencer las resistencias y transformar la experiencia en un auténtico momento de bienestar.

Capìtulo 4 – El mágico momento del baño

El baño es mucho más que una actividad de higiene rutinaria. Normalmente, el contacto con el agua es, sobre todo, un placer, una ocasión de relajación, un verdadero ritual de bienestar en el que el niño recupera las sensaciones experimentadas cuando estaba en la barriga de su mamá, suspendido en el calor del líquido amniótico. Acompañado del tranquilizador contacto de la mamá y el papá, el niño recibe estímulos a través del baño para explorar el ambiente y las distintas partes de su cuerpo, adquiriendo conciencia de ellas poco a poco. Pero también es un momento de juegos y mimos con los papás, repleto de emociones y experiencias sensoriales.

Sin embargo, no todos los niños se sienten a gusto en el agua, sobre todo en las primeras semanas. Algunas veces, el bebé llora y se pone rígido: podría no estar preparado, tener frío o, simplemente, notar una cierta inseguridad por parte de la persona que lo sostiene.

El baño debería ser una rutina agradable y relajante. Si hay tensión o preocupación, el pequeño lo nota. Así, para que todos se sientan a gusto, hay que estar bien preparados y organizados, pero, sobre todo, tener buena disposición.

En primer lugar, hay que elegir los accesorios adecuados para el ambiente doméstico. En el mercado, existen diferentes soluciones. Las más clásicas son las cómodas con cajones provistas de un cambiador acolchado y extraíble en su superficie, en cuyo interior se encuentra la bañerita. Se trata de un concepto dos en uno que también se encuentra en los modelos más ligeros, plegables, que se pueden tener incluso en el baño de la casa, colocándolos encima de los sanitarios. Por otro lado, si se prefiere separar el momento del baño del cambio de pañal, se puede optar por una bañera que se coloca encima de la bañera grande o sobre el plato de ducha, específicamente provista de soportes de elevación, y después desplazarse hasta el cambiador con el bebé bien envuelto en su capa de toalla. Como alternativa a la bañerita, es posible elegir accesorios/soportes (algunos, flotantes) que permiten utilizar directamente la bañera de casa. Otra solución alternativa son las bañeras verticales en forma de cubo, que permiten al niño permanecer en una posición que le resulta muy familiar, pero que no facilitan el acceso a todas las partes de su cuerpo. Por último, existen modelos de bañeras plegables o hinchables, ideales para viajar.

Desde el punto de vista higiénico, el baño no debería realizarse todos los días. Mientras el niño no empiece a ensuciarse de verdad, es decir, cuando gatee y coma purés, el hecho de bañar al bebé todos los días no solo no es necesario, sino que puede deshidratar su piel.

A continuación, se debe preparar el ambiente, asegurándose de que la iluminación no sea demasiado fuerte, que la temperatura sea adecuada – al menos 22 ºC – y que el agua esté agradablemente caliente, alrededor de 37 ºC. La temperatura siempre debe comprobarse sumergiendo un codo o, mejor aún, utilizando un termómetro específico.

Para preparar el contacto del niño con el agua, se le puede hablar con un tono de voz tranquilo, explicándole lo que está sucediendo, sonriendo y estableciendo un contacto visual próximo.

Durante el baño, los papás deben sostener al bebé de manera segura y relajada, sobre todo en los primeros meses, cuando el pequeño se baña en posición horizontal. El cuello y la cabeza del bebé siempre deben estar bien sujetos, y la vigilancia debe ser continua, para evitar el peligro de que pueda deslizarse y sumergirse en el agua. Los movimientos del adulto deben ser lentos y cuidadosos, con el fin de evitar salpicaduras de agua o jabón que podrían molestar al niño, estropeando la magia del momento.

Antes de empezar, hay que tener todo lo necesario a mano: productos de higiene, esponja, algún juguetito y la capa de baño, para poder envolver al bebé nada más salir del agua y hacer que se sienta protegido y calentito. Cuando se le haya trasladado al cambiador, es importante secarle, sin frotar con la toalla, y prestando una especial atención a los pliegues cutáneos.

No existe un horario ideal para el baño, aunque la experiencia sugiere que el momento más adecuado es a última hora de la tarde o por la noche, para favorecer el sueño.

Desde el punto de vista higiénico, el baño no debería realizarse todos los días. Mientras el niño no empiece a ensuciarse de verdad, es decir, cuando gatee y coma purés, el hecho de bañar al bebé todos los días no solo no es necesario, sino que puede deshidratar su piel. Lo aconsejable es efectuarlo una o dos veces a la semana. Cuando el tiempo es más cálido y húmedo, se puede aumentar la frecuencia del baño y usar almidón de arroz para refrescar al niño.

Para el aseo diario, basta con lavarle durante el cambio de pañal y limpiarle, cada vez que sea necesario, la cara, el cuello y las manos, cuidando especialmente la zona de los pliegues.

Capìtulo 3 – La higiene del niño

La piel de un niño con respecto a su peso corporal tiene una mayor extensión que la del adulto. Es un órgano propiamente dicho, el más grande del cuerpo, y regula la interacción entre el organismo y el ambiente externo: lo protege de las infecciones, mantiene la temperatura corporal y regula la pérdida de líquidos a través de la transpiración.

Respecto a la de los adultos, la piel de los niños es significativamente más delicada. Es más fina, menos elástica y más permeable. Las glándulas que producen el sebo todavía no están activas, y la secreción del sudor también es reducida, por lo que la regulación de la temperatura corporal es menos eficaz.

Fácilmente, la piel del bebé pierde agua a través de la transpiración, se seca, se irrita por la fricción y se macera en contacto prolongado con la orina y las heces. Es más propensa a sufrir los daños provocados por los rayos ultravioleta del sol, y los jabones que eliminan su capa natural de grasa la secan y la hacen más vulnerable a las irritaciones. (4)

En consecuencia, es importante lavar al pequeño con suma delicadeza, teniendo en cuenta el hecho de que, en los primeros meses, los bebés tienen pocas ocasiones de ensuciarse, con la excepción de la zona del pañal y de la posible regurgitación de leche.

Es suficiente con lavar al bebé con agua, sin ningún tipo de jabón, con la ayuda de una gasita, un trozo de algodón o un tejido suave, sin frotar con fuerza, o bien con una esponjita que debe ser lavada y secada cuidadosamente después de usarla, para prevenir la proliferación de bacterias y hongos.

Es importante lavar al pequeño con suma delicadeza, teniendo en cuenta el hecho de que, en los primeros meses, los bebés tienen pocas ocasiones de ensuciarse, con la excepción de la zona del pañal y de la posible regurgitación de leche.

Si se opta por el uso de un jabón, debe ser un producto estudiado específicamente para la piel del recién nacido, que respete la película hidrolipídica y, al mismo tiempo, desarrolle una acción calmante e hidratante. No debe contener alcohol ni parabenos, preferiblemente, sin jabón, y con tensioactivos de pH ligeramente ácido, puesto que la piel del bebé es ácida y los jabones convencionales, alcalinos, pueden alterar la composición de su flora bacteriana, aumentando el riesgo de infecciones e inflamación. (5) En caso de dermatitis atópica o eritema en la zona del pañal, es posible utilizar un producto en aceite que respete aún más la película hidrolipídica, pero siempre después de consultar al pediatra o al dermatólogo. Asimismo, la leche limpiadora puede ser un buen aliado: se aplica con un disco de algodón y no necesita aclararse con agua. Es ideal para la carita, las manos y la zona del pañal.

Después del aseo, se puede aplicar por todo el cuerpo un aceite natural un producto calmante específico para los más pequeños, sin colorantes ni perfumes, para reconstituir la barrera de grasa que impide que la piel se seque. El talco, que solía considerarse en otros tiempos el producto por excelencia para la higiene de los niños, ha demostrado recientemente ser peligroso para su salud, porque puede ser inhalado y provocarle trastornos respiratorios. (6)

En las primeras semanas de vida, antes del desprendimiento del muñón umbilical, algunos pediatras desaconsejan el baño por inmersión, y recomiendan, en su lugar, lavar al bebé con una esponja o un algodón mojado, prestando un especial cuidado a la cabecita, la cara, los pliegues del cuello y la zona del pañal, así como evitando el ombligo para mantenerlo seco. No obstante, diferentes estudios han demostrado que el baño por inmersión tampoco está contraindicado en esta etapa, siempre que se seque el muñón cuidadosamente después del baño.

Capìtulo 2 – El muñón umbilical

Una vez liberado de su función de transportar la sangre de la placenta al feto, y viceversa, después del parto, el cordón umbilical se cierra con una pinza y se corta. Permanece un trocito, un muñón de dos o tres centímetros, unido al ombligo del recién nacido y sellado con una especie de pinza de plástico. Es el denominado muñón umbilical, formado por tres vasos sanguíneos, dos arterias y una vena, cubiertos de una fina membrana de tejido conectivo que, al principio, se presenta de varios colores, que van del verde amarillento al marrón, pasando por el gris y el negro, y que, con el paso de los días, se oscurece y se seca progresivamente. (1)

La función del cordón umbilical es permitir el intercambio de sangre entre la madre y el feto durante el embarazo. El cordón umbilical conecta la circulación sanguínea del feto con la placenta, el órgano que per-mite el paso del oxígeno y las sustancias necesarias para el crecimiento y el desarrollo del feto desde la sangre materna a la fetal. Generalmente, el muñón umbilical se momifica y se cae espontáneamente en una o dos semanas, dejando la “cicatriz umbilical”, o sea, el ombligo. Cuando se corta y se desprende, el bebé no siente ningún dolor, puesto que el muñón carece de terminaciones nerviosas. La posible presencia de sangre seca junto al muñón o la ligera salida de sangre en el momento de la caída de-ben considerarse normales y no deben preocupar.

El muñón no debe manipularse, ni mucho menos se debe estirar de él para desprenderlo. Simplemente, debe mantenerse expuesto al aire doblando hacia dentro la lengüeta del pañal que queda a la altura del ombligo, de manera que quede descubierto, así como protegerlo del contacto con las heces y la orina del bebé.

El muñón no debe manipularse, ni mucho menos se debe estirar de él para desprenderlo. Simplemente, debe mantenerse expuesto al aire do-blando hacia dentro la lengüeta del pañal que queda a la altura del ombligo, de manera que quede descubierto, así como protegerlo del contacto con las heces y la orina del bebé.

Únicamente, si tarda en caerse más de tres semanas, es oportuno que el pediatra le eche un vistazo. Asimismo, hay que acudir al pediatra si el ombligo se ve enrojecido, hinchado o produce pus. (2)

El tejido orgánico en proceso de secado del muñón es un buen terreno de cultivo para las bacterias, que, inevitablemente, lo colonizan. Hasta hace unos años, se consideraba que, para prevenir peligrosas infecciones, era necesario desinfectarlo con alcohol o con otros productos anti-sépticos en cada cambio de pañal, o bien aplicar pomadas antibióticas. Estudios recientes han comparado este método con la simple práctica de dejarlo expuesto al aire (lavándolo solo con agua y secándolo en caso de contacto con el pañal sucio).

El riesgo de infección resultó ser equivalente y, con la metodología me-nos invasiva, el desprendimiento se produjo, de media, algún día antes. (3)

Capìtulo 1 – Cuidados y atención amorosa

Cuidar a un niño no solo significa alimentarle correctamente, velar por su salud y asegurarle las mejores condiciones para un descanso sano. Significa ofrecerle atenciones, mimos y abrazos, y responder a sus necesidades con conciencia. Significa preparar un ambiente acogedor y tranquilo en el seno de la familia en el que pueda sentirse protegido y seguro. A través de pequeños, pero fundamentales, gestos cotidianos, los papás pueden hacer mucho para favorecer su bienestar y su desarrollo psicofísico.

En las primeras semanas de vida, nada le hace sentir tan a gusto como un abrazo: sentirse contenido, acogido en los brazos de la mamá, reconocer su olor y el latido de su corazón, su voz… Todo le recuerda a las sensaciones agradables que experimentó en el vientre materno. Ahora, para acostumbrarse a su nueva vida, y para aprender a conocerse a sí mismo y el ambiente que le rodea, necesita a sus papás más que nunca.

El contacto piel con piel nada más nacer y el rooming-in son fundamentales para hacer más delicado el paso de la vida intrauterina, conocida y reconfortante, a la extrauterina. En los primeros días, gracias a la ayuda del personal de maternidad, los nuevos papás aprenden a conocer a su hijo y adquieren las nociones básicas para su cuidado. Allí, aprenden a cambiar el pañal, curar el muñón umbilical, y lavar y vestir al recién nacido.

Una vez en casa, entre dudas y emociones, llega el momento de actuar solos. Generalmente, el instinto de la mamá y del papá, junto a los conocimientos adquiridos hasta el momento, son suficientes para guiarles en el proceso del cuidado del bebé. Sin embargo, algunas veces, se encuentran desorientados por falsos mitos y tópicos que todavía circulan entre las innumerables “fuentes” de información a las que están expuestos, y que pueden generar cierta ansiedad.

En este capítulo, se ilustrarán las buenas prácticas más comunes, basadas en la evidencia científica y maduradas por la experiencia de la comunidad profesional durante años.