Capìtulo 10 – Animales en casa

Crecer junto a un animal es una experiencia beneficiosa para la salud y el comportamiento del niño. La interacción con un animal, sea cual sea, permite a los niños estructurar su autonomía y su autoeficacia, respetar a los demás y sus necesidades, y obtener sensaciones de bienestar estimulando la producción de oxitocina. La oxitocina es una hormona que suele describirse como “la hormona del amor”, por su papel fundamental en los comportamientos que median en las relaciones sociales. El contacto con animales libera esta hormona en el organismo. La interacción con un animal tiene, por lo tanto, un efecto muy positivo en el desarrollo de los niños, ya que favorece el buen humor y reduce el estrés.

Los efectos positivos de la convivencia con animales han sido ampliamente demostrados por diferentes investigaciones y por la experiencia en el ámbito clínico como parte del tratamiento de algunas enfermedades. Junto a otros tratamientos, la Pet Therapy (terapia con animales) ha demostrado ser muy eficaz en la rehabilitación después de la enfermedad y en el tratamiento de pacientes con depresión o ansiedad crónica. (30)

Con las debidas precauciones, incluso un recién nacido puede convivir con una mascota sin correr peligro. Lo importante es que los papás observen el comportamiento del animal al inicio, para controlar que los celos hacia el pequeño no se manifiesten de manera agresiva. Normalmente, al cabo de unos días, si el animal no se siente descuidado, aceptará al bebé y se contentará con observarle a distancia hasta que pueda tener un contacto más cercano con él. En cualquier caso, nunca se debe dejar a los niños solos con los animales, porque ambos podrían tener comportamientos imprevisibles.

La higiene y la limpieza deben ser especialmente escrupulosas cuando hay un animal doméstico en casa, del mismo modo que se debe cuidar la salud y la higiene del animal, sometiéndole a controles rutinarios y a los tratamientos indicados por el veterinario.

Por supuesto, a la hora de elegir al animal, la familia deberá tener en cuenta diferentes factores, como el clima, el tamaño y el tipo de casa, y las costumbres que se pretendan adoptar.

Por último, a la hora de elegir la escuela infantil o el centro educativo, es conveniente saber que cada vez son más numerosos los centros que emplean animales para enriquecer la formación de los niños, en combinación con los enfoques educativos más tradicionales.

Capìtulo 9 – La vida en comunidad

La vida en comunidad representa una experiencia importante para el desarrollo emocional y social de los niños: asistir a una buena escuela infantil tiene efectos muy positivos sobre la maduración psicofísica. Sin embargo, al principio, la asistencia a la escuela infantil puede ser un acontecimiento muy estresante para los más pequeños, (29) puesto que deben superar el obstáculo de la ansiedad por separación. Es normal que los niños opongan resistencia y que, a veces, se abandonen al llanto desesperado: es la prueba de la calidad de su vínculo con las figuras de referencia. Generalmente, en unos días o, como máximo, unas semanas, los niños también establecen vínculos con los/las educadores/as del centro y, bajo su tutela, se relajan y se sienten más confiados con respecto a sus propias capacidades. Se abren a las relaciones y se sienten más dispuestos a colaborar.

El período de adaptación, es decir, la introducción gradual en la escuela infantil, con intervalos de permanencia cada vez más prolongados, les ayuda a superar la separación de la mamá y el papá de forma menos traumática. El tiempo necesario depende de las características del niño, de la habilidad de los/las educadores/as y de la serenidad de los papás, que deben construir una relación de confianza con los profesionales y transmitir a su hijo este sentimiento.

Capìtulo 8 – Los beneficios del juego

El Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, con la Resolución 44/25 del 20 de noviembre de 1989, reconoce el juego como un derecho inviolable e incuestionable de todos los niños. El juego forma parte de manera fundamental del desarrollo social, físico, cognitivo y emocional de los niños, así como del bienestar de los pequeños. Entre los elementos necesarios para la maduración psicofísica del niño, el juego ocupa una posición clave: es el instrumento por excelencia a través del cual el niño construye el significado del mundo y aprende a relacionarse con los demás.

El juego permite al niño experimentar y elaborar activamente la representación de la realidad externa, así como aprender a conocerse a sí mismo y al mundo que le rodea, además de empezar a consolidar las primeras formas de autocontrol y de interacción social.

En los primeros años de vida, no existe distinción entre el juego y el aprendizaje. Desde las primeras manipulaciones del niño que descubre los objetos con las manos y la boca, sacudiéndolos para escuchar el ruido que hacen, a las representaciones elaboradas por los más mayorcitos, que fingen ser astronautas, doctores o magos, y que construyen solos las reglas para interactuar en su mundo imaginario, el juego hace crecer el cerebro, literalmente.

Explorar un ambiente rico en estímulos favorece la producción del factor neurotrófico cerebral, una proteína que actúa en las neuronas y que promueve el desarrollo de la memoria, el pensamiento superior y las competencias piscomotoras.

Al principio, las experiencias de juego más estimulantes y tranquilizadoras son los mimos, los abrazos y las sonrisas de los papás, y son las que ponen al pequeño en contacto con el mundo. Los sonidos y los gestos de amor nutren la relación y ayudan al niño a adquirir nuevas habilidades cognitivas, sociales y afectivas.

Entre los tres y los seis meses, el niño empieza a jugar explorando su propio cuerpo: empieza con las manos, moviéndolas, mirándolas y mordiéndolas. Después, pasa a los pies, tocándolos y llevándoselos a la boca, para conocerlos mejor. Poco a poco, descubre los objetos, los observa durante un tiempo para estudiarlos y, en cuanto puede, los agarra, se los lleva a la boca y los golpea para descubrir el origen del sonido. En esta etapa, cuando está tumbado boca arriba sobre una superficie blandita, intenta alcanzar los pequeños objetos que se colocan a su alrededor, estirando los brazos y elevando la cabeza. Durante el baño, se queda totalmente absorto por las gotas de agua que le salpican cuando chapotea con sus movimientos, y agarra, a menudo mordisqueándolos, los animalitos flotantes que tiene a su alrededor.

Entre los seis y los nueve meses, llega el momento del “juego del cu-cú”: la mamá o el papá sonríen al niño, se tapan la cara con las manos y, a continuación, se descubren diciendo “cu-cú”.

En esta etapa, será interesante observar su reacción ante la desaparición momentánea y a la reaparición de un objeto. Esconderle un juguete debajo de una tela y volver a descubrirlo inmediatamente le ayudará a comprender “la permanencia del objeto”, es decir, la conciencia de que una cosa, o una persona, sigue existiendo incluso cuando sale de su control visual, y que le será sumamente útil para la elaboración de las primeras separaciones del adulto de referencia.

Cuando empiece a permanecer sentado, verá las cosas desde un punto de vista diferente y utilizará las manos y los brazos con más eficacia. Una de las actividades que más le gustan en esta etapa es vaciar un recipiente lleno de objetos para volver a introducirlos dentro. La “cesta de los tesoros” es un gran clásico, llena de objetos diversos en su forma, sus colores y su textura, y que el niño puede manipular a su antojo, sacándolos de uno en uno o volcándolos todos a la vez, para después reintroducirlos en la cestita, recibiendo así estímulos sensoriales diferentes y muy gratificantes.

De forma gradual, empezará a apreciar los primeros juegos de apilar y encajar piezas, que le permitirán afinar su capacidad de manipulación.

Para ejercitar la coordinación y ayudarle a entender la potencialidad de su cuerpo, es ideal el juego de las “palmas, palmitas”: observando a la mamá mientras da palmas con las manos y canta la canción, el niño experimenta un inmenso placer, y se muestra muy satisfecho cuando logra repetir sus gestos.

Entre los nueve y los doce meses, el juego de las construcciones26 ha demostrado ser muy útil. Desde los más básicos, como los cubos para apilar, a los más sofisticados, las construcciones mejoran la coordinación de los movimientos, la habilidad visualespacial y el pensamiento abstracto. Cada vez apreciará más las pelotas de tela o de goma, del tamaño justo para poderlas coger con la mano, hacerlas rodar o lanzarlas.

Entre los doce y los dieciocho meses, cuando haya aprendido a caminar con más habilidad y haya madurado su motricidad fina, el niño apreciará los juegos de arrastrar y empujar, así como los juegos complejos de encajar piezas y los primeros puzles. Empezará a hacer garabatos y dibujos, empuñando cada vez con más destreza las tizas, las ceras o los lápices de colores.

A partir de los dieciocho meses, iniciará sus primeros juegos de rol: fingirá que es otra persona y creará situaciones y ambientaciones ficticias utilizando muñecas y peluches. Diferentes estudios han demostrado los beneficios de los juegos de simulación.(27) Contribuyen al desarrollo del lenguaje, la empatía, la capacidad de razonamiento y de resolución de problemas, y el control de las emociones, además de fomentar la apertura mental y la experimentación. También es el momento de los trasvases de diferentes materiales, como harina, arena o semillas, así como de la plastilina y las construcciones más complejas.

Los niños y las niñas suelen tener formas distintas de jugar. (28) Los primeros son más dados al contacto físico y a las actividades de movimiento, tanto por motivos biológicos como por la influencia de las costumbres culturales. Sin embargo, no existen en absoluto juegos o juguetes que solo sean adecuados para niños o para niñas. Todos y todas pueden divertirse y obtener beneficios de cualquier tipo de entretenimiento.

Capìtulo 7 – Reír a gusto

“El humor ofrece una valiosísima capacidad de respuesta a las complejidades que los niños deben afrontar”, sostiene Mary Kay Morrison, autora del libro Using Humor to Maximize Living (“Usar el humor para potenciar la vida”). La investigación llevada a cabo por la educadora demuestra que la risa aumenta la adrenalina y el flujo de oxígeno, libera endorfinas del bienestar, además de acelerar la frecuencia cardíaca. Y, como un buen entrenamiento, este “chute” de energía se traduce en una sensación de relax y calma.

Pero se trata de algo más que una simple sensación. De hecho, otros estudios demuestran que el humor puede ayudarnos a ser más hábiles a la hora de resolver problemas y tomar decisiones. Diferentes escaneos de la corteza cerebral revelan que el humor inspira la creatividad y contribuye a la capacidad de tener pensamiento crítico. “El humor es un elemento esencial para un desarrollo cerebral sano, tanto en los niños como en los adultos”, afirma Morrison.

Asimismo, el humor puede representar el mecanismo de defensa que nuestro organismo necesita para ser más resiliente frente a las adversidades. Ser capaces de reírnos durante los desafíos de la vida puede ayudarnos a gestionar nuestro bienestar emocional.

El humor puede representar el mecanismo de defensa que nuestro organismo necesita para ser más resiliente frente a las adversidades.

Para desarrollar el sentido del humor del niño, se puede empezar muy pronto. Las carcajadas que se generan cuando el papá o la mamá juegan al juego del “cu-cú” con el bebé o le hacen pedorretas en la barriguita le ayudan a crecer y aprender. De hecho, son acciones que provocan conexiones cerebrales, es decir, los ladrillos de las futuras habilidades sociales.

Ser capaz de comprender las partes divertidas de una situación requiere que el niño realice conexiones conscientes entre elementos distintos. Por consiguiente, los papás pueden ayudar a los niños a comprender este tipo de conexiones a medida que crecen.

Los adultos que muestran y refuerzan la importancia del sentido del humor enseñan a sus hijos a valorarlo también. Un objeto que se cae o un juguete que hace un ruido gracioso pueden servir, pero, para ayudar de verdad a los niños a entender el humor, es necesario que los adultos participen de la diversión.

Así, ver a la mamá bailando o al papá enfrentándose a la preparación de un bizcocho de forma divertida pueden desencadenar una reacción que invita a todos a reírse, con el consiguiente beneficio para el clima familiar.

Capìtulo 6 – El desarrollo emocional

Dirigirse directamente al niño, mirándole a los ojos y hablándole, aunque no comprenda el significado de las palabras, no solo favorece el desarrollo del lenguaje, sino que tiene efectos más profundos. Activa las neuronas espejo, el área cerebral encargada de la imitación y la empatía, la base de todas las competencias sociales y emocionales. (21)

Desde las primeras semanas de vida, el bebé demuestra una mayor predilección por los rostros humanos, respecto a los objetos inanimados. Y, entre las caras, prefiere las que tienen los ojos abiertos y las que sonríen. Pronto, aprende a sonreír por imitación.

Este mecanismo permite a los papás y a los adultos que cuidan de un niño adoptar el papel de guía de su desarrollo emocional. Es una tarea fundamental: a pesar de que algunas emociones principales son innatas y están enraizadas en la estructura cerebral, sin el ejemplo y guía de un adulto, el niño no es capaz de reconocerlas y gestionarlas solo.

En la base de todo, reside el vínculo entre el niño y sus adultos de referencia,22 no solo la mamá, como se ha dicho durante años, sino tambié nel papá, los abuelos, el canguro, los/las educadores/as de la escuela infantil, etc. Si el adulto se muestra disponible desde el punto de vista emocional, es decir, si presta atención a las demandas del niño, se esfuerza en interpretar sus reclamos y responde con prontitud, el niño se siente protegido y cuidado, y desarrolla lo que los psicólogos llaman un vínculo seguro. Por el contrario, si sus demandas se desatienden, queda expuesto a una condición de estrés que interfiere en el funcionamiento del hipocampo, la región del cerebro que controla las emociones, y aprende a no confiar en sus adultos de referencia. Con el tiempo, puede establecer con ellos un vínculo de tipo inseguro.

Los niños que han desarrollado un vínculo seguro exploran el ambiente con confianza mientras tienen cerca un adulto de referencia, pero reaccionan mal cuando se les obliga a separarse de él, aunque se consuelan enseguida cuando vuelven a encontrarse. Sin embargo, al crecer, adquieren un mayor control de las emociones y una consiguiente mayor capacidad de enfocar la atención y socializar.

Los niños con un vínculo inseguro pueden manifestar distintas reacciones cuando se alejan del adulto de referencia: indiferencia, seguida de frialdad cuando el adulto regresa, o bien desesperación en el momento de la separación y una posterior reacción de rabia a su llegada. Un vínculo inseguro interfiere en el control de las emociones y en la sociabilidad del niño.

Todos los niños experimentan, antes o después, emociones negativas como la frustración o la rabia. Para aprender a gestionarlas, necesitan el ejemplo y la guía de los adultos.23

Los adultos no deberán estigmatizar estos sentimientos, sino validarlos, ayudando al pequeño a reconocerlos, y desaprobando, por el contrario, los posibles comportamientos negativos que pueden derivar de estas emociones. Dicho de otro modo, un niño no debe sentirse “equivocado” o “malo” porque sienta rabia o frustración, sino que debe aprender a no expresar estas emociones con comportamientos destructivos o perjudiciales para los demás. La persona que cuida al niño debe indicarle “vías alternativas” para dar rienda suelta a su emotividad. En primer lugar, acogiéndole en un ambiente familiar equilibrado, donde sea capaz de contener sus emociones, ya sean positivas o negativas, puesto que el niño debe aprender a enfrentarse a las dificultades, pero necesita aprender cuáles son los instrumentos para gestionar las emociones que provocan. En este sentido, su bienestar emocional como adulto dependerá mucho de las experiencias que definan su primera infancia.

De la misma forma que la rabia y la frustración, el miedo también es un sentimiento innato, que, por razones evolutivas, está profundamente enraizado en la mente humana, y del que el niño debe aprender a no avergonzarse. Con la ayuda de la mamá y el papá, el miedo se puede gestionar de forma eficaz; por supuesto, no negándolo o ridiculizándolo.24

Para combatir el miedo a la oscuridad o la idea irracional de la presencia de un monstruo escondido en su habitación por la noche, por ejemplo, el niño tiene que aprender a distinguir la realidad de la fantasía y controlar sus impulsos emotivos: un desarrollo que requiere años. La forma correcta de acompañar este desarrollo es validar su miedo, demostrarle que en el armario o debajo de la cama no hay nada que temer, así como consolarle con la presencia física, el contacto, la voz y, en última instancia, con la ayuda de un muñeco al que pueda abrazar fuertemente en la cama.

Con la ayuda de la mamá y el papá, el miedo se puede gestionar de forma eficaz; por supuesto, no negándolo o ridiculizándolo.

Más allá del miedo a las amenazas, verdaderas o no, en los primeros años de vida, los niños experimentan otra emoción ancestral, que comparten con los cachorros de todos los mamíferos: la ansiedad por separación.(25) Se suele manifestar entre los seis y los doce meses, y puede persistir, cada vez más mitigada, hasta los tres años. Se puede manifestar a través de auténticos ataques de pánico en el momento en que el niño tiene que separarse de una figura de referencia. La ansiedad por abandono o separación es un fenómeno fisiológico y comprensible desde el punto de vista evolutivo: nuestros antepasados vivían en un mundo peligroso, donde el niño alejado del control del adulto corría el riesgo de ser capturado por un depredador. No en vano, esta forma de ansiedad se manifiesta, precisamente, en la franja de edad en la que los niños empiezan a ganar más autonomía, cuando aprenden a gatear o a caminar y se abren más a los contactos sociales. Al crecer, la ansiedad por separación tiende a atenuarse, pero puede volver a manifestarse ocasionalmente de forma más aguda coincidiendo con algunos acontecimientos, como la asistencia a la escuela infantil o el nacimiento de un hermanito. En estos momentos, es fundamental que los adultos de referencia sostengan y se muestren cercanos al niño, prestándole determinadas atenciones.

Capìtulo 5 – Las primeras palabras y el desarrollo del lenguaje

La palabra no es el único medio del que disponemos para comunicarnos. Los gestos, la mímica facial y las miradas permiten expresar sentimientos y estados de ánimo con gran eficacia. Precisamente, a través del lenguaje corporal, el bebé dialoga con los papás en los primeros meses de vida, acompañándolo de vocalizaciones no articuladas, así como del llanto. Estos son sus primeros instrumentos para atraer la atención de la mamá y el papá, y para comunicar sus necesidades. Como sucede en el caso del desarrollo motor, no existe una edad precisa en la que el niño adquiere la capacidad de balbucear, es decir, de pronunciar sílabas formadas por vocales y consonantes, como ma-ma-ma o pa-pa-pa, y de producir las primeras palabras con sentido completo. Más bien, existen ventanas temporales amplias y un gran margen de variabilidad, que depende tanto de la predisposición individual como de la exposición a los estímulos ambientales; en primer lugar, la motivación por parte de los papás.

En los primeros meses, el bebé no se comunica de forma intencional y, cuando llora o extiende las manitas hacia alguna cosa que desea, simplemente, está expresando sus necesidades aprovechando las competencias que ya ha adquirido. La mamá o el papá, al reaccionar a sus demandas, refuerzan en el niño la certeza de que sus acciones obtienen siempre una respuesta y, en consecuencia, le enseñan poco a poco a realizar gestos intencionales (o deícticos), dirigidos a otro ser humano. El niño extenderá los brazos, abriendo y cerrando las manitas, para decir que quiere algo. O bien enseñará u ofrecerá a un adulto un objeto que tiene en la mano, o también señalará con el dedo lo que quiere alcanzar.

Alrededor de los seis meses, muchos niños son capaces de comprender el significado de algunas palabras que oyen repetir a menudo en contextos específicos. Por ejemplo, “agua”, pronunciada cuando le ofrecen el biberón. Entre los cuatro y los diez meses, muchos empiezan a hacer experimentos de lalación de forma intencional y, a los diez meses, más del 50% de los niños pronuncia la primera palabra inteligible, mientras que el 25% llega al año sin haber pronunciado nunca una palabra. (17)

El paso de la lalación a las primeras palabras tiene muchos matices y depende en gran medida de la interpretación de los papás: (18 si, por ejemplo, el niño dice bi-bi-bi señalando el biberón, podría haber balbuceado o pronunciado, por aproximación, la palabra “biberón”.

¿Cómo se puede favorecer el desarrollo del lenguaje?

El niño tiene una predisposición innata para el lenguaje, pero, para expresar su potencial de la mejor manera, necesita sumergirse en un “baño sonoro”, no solo de palabras, sino de frases, sonidos, cantos y risas. No aprenderá a hablar pasivamente escuchando monólogos de adultos o asistiendo a diálogos entre adultos a través de una pantalla. Necesitará mantener conversaciones estimulantes y participar en ellas junto con la persona que cuida de él o ella. (19)

El niño tiene una predisposición innata para el lenguaje, pero, para expresar su potencial de la mejor manera, necesita sumergirse en un “baño sonoro”, no solo de palabras, sino de frases, sonidos, cantos y risas.

Cuanto más se le estimule y se le motive para participar, más rápido será el proceso de aprendizaje del niño. Estos son algunos consejos para que los papás los pongan en práctica desde el principio:

  • Hablar al niño con un tono de voz afectuoso, mirándole a los ojos durante toda la duración del diálogo. Así, al niño le gustará mantener la relación y permanecerá “conectado” con la mamá o el papá, respondiendo con vocalizaciones y movimientos.
  • Comentar con frases sencillas las diferentes actividades diarias que le implican, acentuando algunos sonidos (por ejemplo, “ya está listo el puréee”, “cuánto pipíii”, etc.), con el fin de atraer su atención.
  • Jugar con el niño utilizando objetos sonoros de la vida cotidiana (cucharas, tapas, etc.).
  • Asignar a objetos específicos una etiqueta sonora y enfatizarla20 (por ejemplo, “brrrr”, por el sonido de la lavadora centrifugando; “tin”, por el microondas; o “bum”, por el sonido de un armario cerrándose). No obstante, hay que procurar no sustituir las palabras por estas etiquetas sonoras: hay que decir “la lavadora hace “brrr”, ¡pero no llamar “brrr” a la lavadora!
  • Imitar con la voz los sonidos agradables de la naturaleza: la lluvia golpeando los cristales de las ventanas, el canto de los pájaros, el rumor de las hojas mecidas por el viento…
  • Cantar sílabas sueltas (/ba/ma/la) o reproducir el sonido /mmm…/ con la boca cerrada, en lugar de palabras enteras.
  • Cantar nanas y canciones infantiles, o “su canción”, la que habéis inventado para él.
  • Proponerle diferentes géneros musicales (clásica, jazz, country, etc.), y no hacerle escuchar únicamente “música infantil”. Escuchar música juntos, acompañando las canciones de gestos y expresiones faciales.
  • Ofrecerle pequeños objetos sonoros e instrumentos (por ejemplo, libros musicales de tela), de los que el niño explorará su sonoridad de forma activa, manipulándolos, frotándolos o golpeándolos.

Capìtulo 4 – Los progresos motores

Al nacer, el bebé carece de coordinación motora, con la excepción de los reflejos innatos de los que ya hemos hablado, y tampoco tiene la fuerza muscular necesaria para soportar el peso de la cabeza, que debe ser cuidadosamente sostenida cuando se le coge en brazos. Por esta razón, es preciso evitar los movimientos bruscos de sacudida, que, sin la capacidad de control del cuello, repercuten en la cabeza y pueden provocar graves daños en el cerebro y las retinas.

Con el paso de las semanas y los meses, gradualmente, su sistema nervioso madura, los músculos se refuerzan y le permiten adoptar posiciones distintas, además de realizar movimientos cada vez más intencionales.

Todavía deben transcurrir algunas semanas para que logre sostener la cabecita durante unos segundos cuando está en brazos de un adulto, así como elevarla cuando se le apoya sobre la barriga, en decúbito prono. Con el paso de las semanas y los meses, gradualmente, su sistema nervioso madura, los músculos se refuerzan y le permiten adoptar posturas diferentes, además de realizar movimientos cada vez más intencionales. Las nuevas conquistas influyen en su manera de relacionarse con lo que le rodea.

Verso i 3 mesi, steso nella culla, nella carrozzina o nella sdraietta, osserva incuriosito l’ambiente circostante, la giostrina o l’arco giochi e agita le braccia per riuscire a toccarli. Anche se ancora non ci riesce, i suoi sforzi stimolano lo sviluppo intellettivo e la coordinazione motoria. Quando poi li raggiunge e li tocca, e questi si muovono producendo suoni, il cervello del bambino inizia a creare i collegamenti necessari per costruire una sequenza, che poi guiderà i movimenti futuri delle sue braccia.

Alrededor de los cuatro meses, consigue aguantar la cabeza erguida y girarla cuando escucha voces o sonidos, o para seguir los movimientos de la mamá en la estancia.

Alrededor de los seis meses, logra mantener la espalda y el tronco cada vez más erguidos y, por lo tanto, permanecer sentado; primero, con un apoyo y, después, de forma autónoma. Desde esta posición, puede ver más objetos y nuevos espacios, así como seguir los movimientos de las personas que le cuidan. Son muchos estímulos distintos, que despiertan su curiosidad y le ayudan a crecer. A partir de este momento, impulsado por las ganas de conocer y descubrir, el niño realiza los ensayos generales para dar sus primeros pasos: rueda, repta, se desplaza con el culito y gatea.

Cada niño encuentra su manera de empezar a moverse en el espacio, experimentando diferentes estilos, a su propio ritmo. Son conquistas que suelen manifestarse de repente, acogidas por el estupor y la alegría de los papás. No obstante, no todos los niños alcanzan las mismas metas en los mismos tiempos. La velocidad del progreso es muy variable, y depende de la predisposición de cada niño a la experimentación, así como de las condiciones ambientales, las ocasiones de movimiento de las que disfruta y la motivación que recibe por parte de las personas que le cuidan.

La OMS publicó14 un esquema que comprende seis etapas fundamentales del desarrollo motor, y sitúa cada una de ellas en una ventana temporal más bien amplia, dentro de cuyos límites la mayoría de los niños alcanzan el hito determinado. Estas etapas son:

  1. Permanecer sentado sin apoyo.
  2. Gatear.
  3. Permanecer de pie con un apoyo.
  4. Caminar con la ayuda de un apoyo.
  5. Permanecer de pie sin apoyo.
  6. Caminar sin apoyo.

Los intervalos temporales para alcanzar estas metas tienen un mar-gen de varios meses y se solapan entre ellos. El significado de este esquema es que no existe una edad concreta a la que un niño debe aprender a caminar o permanecer sentado sin apoyarse, ni tampoco existe un orden estricto en las diferentes conquistas: algunos niños aprenden a estar de pie sin haber aprendido a gatear nunca.

No hay motivo para la preocupación, por lo tanto, si un niño no sabe estar de pie, mientras que el hijo de unos amigos que tiene la misma edad ya lo hace. En cualquier caso, el pediatra, con motivo de las revisiones rutinarias del crecimiento, examinará al niño y sabrá detectar las posibles anomalías.

Lo que los papás pueden hacer para fomentar los progresos de su hijo es ofrecerle, desde las primeras semanas, la oportunidad de moverse libremente. (15) Cuando está despierto, y siempre bajo la supervisión de uno de ellos, deberán, por ejemplo, favorecer el desarrollo de los músculos del cuello y los brazos apoyándole sobre la barriguita en la cuna o en un tapete acolchado en el suelo. Asimismo, deberán prepararle un espacio seguro en casa para que pueda gatear libremente, atrayendo su atención con objetos de colores que hagan ruido para que despierten sus ganas de desplazarse para alcanzarlos, además de ofrecerle puntos de apoyo seguros a los que agarrarse en sus primeros intentos de ponerse de pie.

El desarrollo de la movilidad progresa al mismo ritmo que el resto de conquistas: a los tres meses, el bebé es capaz de agarrar un objeto si alguien se lo pone en la mano, y se lo lleva inmediatamente a la boca para explorar su forma y su consistencia, pero lo deja caer muy pronto cuando mueve los brazos.

Entre los cuatro y los seis meses, adquiere la capacidad de mantener un objeto bien agarrado y sacudirlo para producir ruido. Entre los ocho y los diez meses, aprende a mantener en la mano y controlar objetos más pequeños, como vasitos o cucharas. Los primeros intentos de comer solo con la cucharita siempre son bastante torpes, pero son ejercicios imprescindibles para que el pequeño aprenda el movimiento correcto. Entre los 12 y los 18 meses, aprende a sujetar el lápiz y a hacer garabatos más o menos intencionales en una hoja de papel. (16)

Capìtulo 3 – El desarrollo sensorial

Del mismo modo que las conexiones del sistema nervioso que controlan los reflejos innatos, los sentidos también están formados cuando el bebé nace. Algunos están ya muy activos, mientras que otros deben madurar calibrándose con los estímulos del ambiente exterior.

El primer sentido que el feto desarrolla en el vientre materno es el del tacto. Lo demuestran las imágenes ecográficas: el niño juega con las ma-nitas, los pies y el cordón umbilical, y reacciona cuando la mamá se toca el abdomen. (5)

Desde los primeros días de vida, explora con el tacto los objetos con los que entra en contacto y crea una representación mental de los mismos, de manera que los reconoce como familiares cuando ya los ha examinado. (6)

Para un bebé, el sentido del tacto representa mucho más que un instrumento para conocer la realidad que le rodea: está estrechamente conectado con los centros del cerebro en los que se originan las emociones y mecanismos ancestrales de la socialización. El recién nacido que practica el “piel con piel” con la mamá con frecuencia, y que recibe caricias y abrazos, se siente seguro y relaja sus mecanismos de defensa. Su nivel de cortisol, la hormona del estrés, es más bajo,7 mientras que el de serotonina se eleva, favoreciendo su estado de bienestar.

El oído

Al contrario que la visión, el oído está desarrollado y ya funciona durante la gestación. El feto percibe algunos sonidos procedentes del exterior, (8) entre los que se encuentran las voces de la mamá y el papá, que aprende a reconocer. Después de nacer, escuchar esas voces fami-liares tendrá un efecto calmante en el pequeño.

En las primeras semanas de vida, el niño no logra distinguir las palabras de los ruidos de fondo. (9) Hablarle en “lenguaje de bebé”, acentuando las vocales, con sonidos más agudos y prolongados, le ayuda a focalizarse en las palabras y a madurar el sentido del oído y las áreas de la corteza cerebral que le permitirán, en poco tiempo, aprender a hablar a su vez.

Alrededor de los dos meses, el oído del bebé está desarrollado hasta el punto de que empieza a ser capaz de reconocer sonidos de tonalidades distintas. Alrededor de los tres o cuatro meses, el niño es capaz de captar y entender la fuente de una voz o de un ruido, para girarse en la dirección de la que proceden. Asimismo, empieza a articular algunas consonantes y vocales. Alrededor de los cinco o seis meses, empieza a entender que él mismo puede provocar algunos ruidos, como cuando lanza un objeto al suelo por el gusto de escuchar el sonido que hace. Generalmente, esto le divierte muchísimo y le provoca grandes carcajadas.

Para saber si el niño tiene los oídos sanos, se puede empezar con algunos estímulos simples, por ejemplo, dando palmadas en una dirección para atraer su atención. Si el niño se dirige hacia el ruido, significa que no hay anomalías. En cambio, si ningún estímulo provoca una reacción en él, será conveniente dirigirse al pediatra para descartar cualquier posible trastorno y resolverlo lo antes posible.

Gusto y olfato

Son dos sentidos que se desarrollan en paralelo durante el embarazo, y que ya son muy agudos al nacer

El olfato está estrechamente relacionado con el gusto, pero también con las emociones, por lo que reviste una importancia capital para el de-sarrollo psicomotor del niño, empezando por el proceso de apego a la ma-dre en los primeros días de vida.

Al nacer, su fino y ya desarrollado sentido del olfato permitirá al pe-queño reconocer a la mamá antes que con la visión, que aún está poco de-sarrollada, y le guiará hacia el pecho.

Después del primer contacto con la mamá, el niño aprende a reconocer también el olor de su leche, que está demostrado que prefiere al de la leche de fórmula y al olor de la leche de otras mujeres.10 El bebé será capaz de distinguir a las personas que cuidan de él por el olor de su piel. La íntima correlación del olfato con las emociones también explica el estrecho vínculo de este sentido con el proceso de memorización. Olores asociados a experiencias vividas por el niño por primera vez permanecerán indisolu-blemente unidos entre ellos, tanto que un determinado olor podrá despertar reacciones emocionales incluso a una distancia de muchos años.

Por lo que respecta al gusto, a través del líquido amniótico, el peque-ño experimenta los sabores de los alimentos consumidos por la futura mamá, ya en estado fetal. Habituarle desde la gestación a una dieta sana y variada le llevará, más adelante, a ser más proclive a aceptar los sabores de los alimentos que se le ofrezcan durante el destete.

Por naturaleza, en los primeros meses de vida, los niños aprecian es-pecialmente el sabor dulce y el umami (sabor del glutamato), que es un componente del sabor de la leche. Además, reaccionan con disgusto ante el sabor amargo y el ácido, y muestran indiferencia hacia el salado. Son preferencias instintivas de origen evolutivo que tienen la función de mantener a los niños alejados de las plantas y las esencias potencialmente tóxicas, así como de animarlos a buscar alimentos de alta densidad nutricional.

En nuestra sociedad, en la que estamos rodeados de alimentos dulces de alta densidad nutricional, en la que el riesgo más frecuente no es la desnutrición, sino el sobrepeso, estas preferencias no ayudan a los papás. La mamá y el papá deberán tratar insistentemente de educar al niño en una dieta sana, variada y rica en vegetales y fibra. Gradualmente, a través del hábito y el ejemplo, los niños vencerán su natural aversión hacia los sabores nuevos y aceptarán experimentar una mayor variedad de platos. (11)

La visión

La visión acompaña y contribuye al desarrollo físico, psíquico y emocio-nal del niño desde el nacimiento, si bien la maduración del sistema visual no se completa hasta el octavo mes de vida.

Los ojos, el nervio óptico y la corteza visual, es decir, el área del cerebro destinada a recibir y descodificar las señales de los ojos, se desarrollan desde las primeras semanas de embarazo, y todo el sistema está prepa-rado para ponerse en funcionamiento cuando el niño nazca. Pero, para activarse y madurar, necesita los estímulos del ambiente exterior. (12)

La visión del recién nacido está desenfocada, como si estuviese dentro de una niebla espesa. Percibe la luz y la oscuridad, algunas formas de gran tamaño a poca distancia, como el rostro de la mamá, pero no es capaz de ver los objetos más lejanos ni los detalles de los más cercanos. Posee una escasa percepción de los colores. A veces, sus ojos se mueven de forma completamente descoordinada y nos pueden hacer pensar que sufre es-trabismo. Es un fenómeno totalmente normal, porque todavía no tiene pleno control de la musculatura ocular.

A los quince días de vida, el niño empieza a distinguir las siluetas con mayor claridad, hasta una distancia de 20-30 centímetros de su cara. (13)

Alrededor del mes, los ojos del niño empiezan a moverse de forma más coordinada, logrando enfocar y seguir con aproximación un objeto en mo-vimiento.

A los dos meses, prefiere las superficies de colores intensos y los contrastes de tipo blanco y negro o de color claro contra color oscuro. Sin embargo, precisamente, a partir de los dos meses, se inicia el proceso de distinción entre las tonalidades de color, que se afinarán cada vez más en los meses venideros, permitiendo al bebé captar cada vez mejor los detalles de los objetos y de las imágenes que le rodean.

A los tres o cuatro meses, desarrolla el reflejo de fijación, es decir, la capacidad de fijar la mirada en un objeto que atrae su atención, y empieza a percibir los detalles de las lí-neas y las expresiones de los papás, que pronto empezará a imitar. Coordina cada vez mejor los movimientos de los bulbos oculares y empieza a seguir con la mirada los objetos en movimiento con una cierta precisión.

A partir del cuarto mes, el progresivo mayor dominio y la precisión de los movi-mientos se combinan con la percepción de la profundidad.

Alrededor de los cinco meses, amplía su horizonte visual y empieza a enfocar objetos cada vez más lejanos. Para ello, le ayuda la habilidad para distinguir los colores, que desarrolla plenamente en el mismo período.

La visión tridimensional, es decir, la percepción de los distintos planos de profundidad, madura más tarde, alrededor del primer año, cuando el niño empieza a dar sus primeros pasos.

A los doce meses, la compe-tencia visual del niño es adecuada para sus habilidades motoras aumenta-das: caminando y desplazándose de forma cada vez más ágil, perfecciona la percepción visual del espacio que está a su alrededor.

A los dos años, ha adquirido el pleno control de los músculos oculares, y a los cuatro años, su agudeza visual es equivalente a la del adulto.

Capìtulo 2 – Los reflejos neonatales

Cuando nace, el sistema nervioso de un niño no es una tabula rasa. Ha tenido nueve meses para desarrollarse durante la vida intrauterina, de acuerdo con un modelo plasmado por centenares de miles de años de evolución. Además, a través del cuerpo de la mamá, ya ha entrado en contacto con el ambiente al que deberá adaptarse. Algunas conexiones del sistema nervioso le permiten realizar movimientos involuntarios que son funcionales para su supervivencia y su adaptación. Al mismo tiempo, estos constituyen señales de su correcto desarrollo: son los reflejos innatos. (3)

El neonatólogo comprueba que están presentes cuando explora al pequeño en las primeras horas de vida, mientras que el pediatra los controla durante el crecimiento. Con el paso de los meses, estos reflejos, regulados por el sistema nervioso periférico, se desvanecen poco a poco, al ritmo de la maduración del cerebro, y dan paso a los movimientos voluntarios. La primera acción que el recién nacido deber realizar al nacer es, naturalmente, la de respirar. A través de los primeros gemidos, el aire entra en los pulmones y los expande, activando la respiración autónoma. A partir de este momento, da comienzo la circulación corazón-pulmones: el ritmo cardíaco puede llegar a 180 latidos por minuto. Al nacer, deben estar presentes otros reflejos. Los principales también pueden ser reconocidos por los papás. (4)

  • REFLEJO DE MORO: apoyando al bebé boca arriba sobre una superficie horizontal, elevándolo unos centímetros con una mano debajo de la cabeza y la otra, debajo de los hombros, y soltándole seguidamente con un movimiento repentino, el niño reacciona a la sensación de caída estirando los brazos, como si intentase encontrar un apoyo más amplio para mantenerse en equilibrio.
  • REFLEJO DE SUCCIÓN: si se le estimula una mejilla, el bebé gira la cabeza, intenta alcanzar el dedo y abre la boca para chupar. Es el reflejo que permite al niño orientarse y encontrar el pezón de la mamá cuando ella le acerca a su pecho.
  • REFLEJO DE BÚSQUEDA: es el reflejo de los puntos cardinales (search reflex). Este reflejo suele valorarse en combinación con el reflejo de succión, puesto que ambos están conectados funcionalmente en materia de búsqueda de alimento. De hecho, este reflejo ayuda al bebé a localizar su fuente de alimentación y, después, el reflejo de succión le permite ingerir la leche. La rotación de la cabeza asociada a este reflejo también suele estar presente en otros reflejos, como el del enderezamiento de la cabeza o del cuerpo (head-righting & body righting reflexes). En este caso, la persistencia o la ausencia del reflejo podría indicar una disfunción del sistema nervioso central o del sistema sensorial motor. La respuesta a este reflejo se obtiene dando pequeños golpecitos en la zona del rostro, junto a los labios, provocando la rotación de la cabeza en la dirección del estímulo.
  • REFLEJO DE ARRASTRE AL PECHO: en el reflejo de arrastre, crawling (arrastre en decúbito prono), el recién nacido colocado boca abajo flexiona las piernas debajo del cuerpo y empieza a reptar hacia delante. Este reflejo suele producirse en los primeros treinta minutos después del parto, cuando el bebé se apoya sobre el abdomen de la madre y, poco a poco, “se arrastra” hacia el pecho.
  • REFLEJO DE BABINSKI: este reflejo se observa normalmente al nacer, y suele estar presente hasta los seis meses del bebé. Se observa cuando se le acaricia la planta del pie y el pequeño responde, al principio, abriendo los dedos de los pies en forma de abanico, y cerrándolos después. El reflejo de Babinski hace las veces de un test preciso y fiable de las disfunciones del tracto piramidal, como indicador de la capacidad para realizar movimientos conscientes o voluntarios. En cambio, son expresiones de irritabilidad, y deben considerarse patológicas, la manifestación espontánea del mismo reflejo o su evocación demasiado fácil.
  • REFLEJO PALMA-BARBILLA Y PALMA-MANDÍBULA: normalmente, estos reflejos están presentes al nacer y provocan una respuesta facial cuando se estimulan las palmas de las manos. El reflejo palmabarbilla se observa aplicando una presión simultánea en las palmas de las manos, pudiéndose obtener todas o una de las siguientes respuestas: apertura de la boca, cierre de los ojos, flexión del cuello e inclinación de la cabeza hacia delante. El reflejo palmamandíbula se observa cuando, al rascar ligeramente las palmas de las manos, el maxilar inferior del bebé se abre y se cierra. Por regla general, estos reflejos desaparecen alrededor de los tres meses. Muchos especialistas creen que el reflejo palmabarbilla equipara al ser humano con algunos animales, puesto que les ayuda a mantenerse unidos a sus madres cuando comen.
  • REFLEJO DE PRENSIÓN PALMAR Y PLANTAR: poniendo un dedo o un objeto en la palma abierta de la mano del bebé por el lado del meñique, el pequeño agarra el objeto. Se obtiene una respuesta equivalente, si bien con una calidad diferente al movimiento de prensión, cuando se presiona con el pulgar sobre la planta del pie, en la zona del nacimiento de los dedos. A partir de los tres meses, este reflejo tiende a desaparecer y es sustituido por la prensión voluntaria.
  • REFLEJO DE DEAMBULACIÓN O REFLEJO DE MARCHA: elevando al bebé en posición vertical, sosteniéndole por debajo de las axilas y apoyando sus pies sobre una superficie horizontal, el pequeño empieza a mover las piernas, una después de la otra, simulando que está caminando. Por supuesto, no significa que sea capaz de andar a esta edad, pero su sistema nervioso se ejercita y activa conexiones y músculos que le servirán, unos meses más tarde, para dar los primeros pasos voluntariamente.
  • REFLEJO TÓNICO DEL CUELLO: apoyando al bebé boca arriba sobre una superficie horizontal, con las piernas y los brazos junto al cuerpo, y girando su carita hacia un lado con delicadeza, el bebé estira la pierna y el brazo del mismo lado del cuerpo. Probablemente, este reflejo también se desarrolló con una función protectora: evitar que el pequeño pueda rodar si la superficie sobre la que se apoya se inclina.
  • REFLEJO DEL “ESPASMO DEL PÁRPADO”: el bebé cierra los ojos cuando oye un ruido fuerte o recibe el impacto de una luz intensa. Es la respuesta de protección que le acompañará durante toda su vida.

Capìtulo 1 – El desarrollo armónico del niño

Los primeros años de vida de un niño son una sucesión tumultuosa de descubrimientos y conquistas. Desde el instante en que viene al mundo y no parece hacer otra cosa que dormir, comer, llorar o mirar a su alrededor con ojos de estupefacción, el niño se fortalece, afina sus sentidos, completa el desarrollo de su sistema nervioso, todavía inmaduro, absorbe información sobre el mundo que le rodea, se nutre del amor de las personas que le cuidan y aprende a interactuar con los objetos y las personas, así como a moverse y comunicarse. Ahora más que nunca, la mamá y el papá constituyen un punto de referencia fundamental.

El desarrollo del niño es un proceso complejo, en el que no existen etapas ni competencias precisas en función de la edad, caracterizado por momentos de rápido desarrollo y de inevitables regresiones.

Según Thomas Berry Brazelton, pediatra y psiquiatra infantil, “el deber de los padres es no comparar las características de su bebé con las de cualquier otro niño, sino observar, escuchar y aceptar el estilo de vida específico de su hijo”. Desde los años cincuenta, Brazelton se dedicó a la comprensión del comportamiento neonatal e infantil, así como al apoyo del papel parental. Según el estudioso del desarrollo del niño, se trata de un proceso complejo, en el que no existen etapas ni competencias precisas en función de la edad, caracterizado por momentos de rápido desarrollo y de inevitables regresiones: cada niño lo vive de forma distinta, en función de sus características y su carácter, y también condicionado por la historia familiar y por el tipo de apoyo que recibe. Por ello, es imposible establecer comparaciones entre niños. Por el contrario, es fundamental apoyar a los papás: para relacionarse con su hijo, siempre según Brazelton, deben observarle y confiar en su propio instinto. Los bebés son perfectamente capaces de hacerse entender, expresándose de diferentes maneras y reaccionando a la intervención del adulto (condicionándole, a su vez), creando así modelos únicos de comunicación.

Una madre y un padre serenos, que logran observar a su hijo y relacionarse con él, sabrán acompañarle en sus progresos evolutivos, incluso a través de los inevitables momentos en los que el niño parecerá hacer una regresión. Brazelton define como touchpoints (“puntos de referencia”) los momentos evolutivos cruciales en los que el comportamiento del niño se desorganiza antes de dar un salto hacia adelante en su desarrollo, cosa que puede desconcertar a los papás.

Los desarrollos motor, cognitivo y emocional tienen una progresión que dista mucho de la linealidad. Antes de cada progreso, existe un período breve, pero imprevisible, de desorganización o de regresión. Es totalmente normal: cada nueva adquisición conlleva un “coste”, tanto para el niño como para la familia. Por ejemplo, aprender a andar es un momento que requiere mucho esfuerzo al niño, tanto desde el punto de vista físico como emocional. A la excitación de la nueva conquista, se añade el miedo a separarse de los papás; del mismo modo que el ambiente se transforma a la vez en un mundo maravilloso para explorar, pero con peligros potenciales… Como consecuencia, el niño ya no puede dormirse solito, se despierta varias veces por la noche y llora si la mamá se aleja.

Cuando el niño consigue caminar, se siente satisfecho, consolida lo que acaba de aprender y toda la familia puede dedicarse a buscar un nuevo equilibrio.1 En esta etapa, que para los papás puede ser estresante, tanto como para hacerles dudar de su capacidad, es fundamental el apoyo y el acompañamiento del pediatra, quien les ayuda a ver los cambios desde una nueva perspectiva, con el fin de emplear los recursos de los que ya disponen de una manera diferente.

El desarrollo psicomotor del niño es el resultado de un proceso que, en el tiempo, comporta, simultáneamente, el desarrollo sensorial, motor, cognitivo, emocional y relacional: cuando el niño alcanza una nueva capacidad motriz, como aprender a gatear, vive sensaciones y experiencias que le hacen madurar en todos los sentidos.

El desarrollo psicomotor se produce a través de modos y tiempos que varían mucho de niño a niño.

Convencionalmente, se divide en cuatro fases, en función de las franjas de edad 0-3 meses, 3-6 meses, 6-9 meses y 9-12/18 meses, cada una de las cuales comporta la maduración de habilidades específicas. Está fuertemente condicionado por factores endógenos, como la genética, la constitución física y el carácter. No obstante, al mismo tiempo, recibe una gran influencia de factores exógenos. En particular, de la relación con los papás y de los estímulos ambientales. En los últimos años, los estudios de neuroimagen han permitido confirmar cada vez más esta convicción, demostrando que los procesos de sinaptogénesis, extremadamente activos en los primeros meses de vida, son significativamente modulados por los estímulos externos. (2)