Apéndice: Los sustitutos de la leche materna

Raramente se dan situaciones en las que la lactancia al pecho resulte imposible a causa de problemas de salud de la mujer o del bebé, mientras que sí pueden existir otros motivos, los más dispares, por los que la mamá decida no dar el pecho al niño. Como hemos visto, en estos casos, los especialistas desaconsejan la leche de vaca como sustitutivo de la leche humana, al menos durante el primer año del bebé. En cambio, está recomendado recurrir a la leche de fórmula, un preparado industrial obtenido, principalmente, a partir de leche de vaca modificada, para asemejarse todo lo posible a la leche humana.

Qué contienen

Actualmente, no es posible replicar la leche materna por completo, porque, además de grasas, carbohidratos, proteínas, vitaminas y sales minerales, contiene numerosas moléculas bioactivas y bacterias beneficiosas, cuya función todavía no se conoce totalmente. Además, su composición cambia día tras día, incluso durante el mismo día, adaptándose a las necesidades del niño. Sin embargo, es posible acercarse bastante a su perfil nutricional.

Actualmente, no es posible replicar la leche materna por completo. Sin embargo, es posible acercarse bastante a su perfil nutricional.

La leche de vaca utilizada como base de la fórmula infantil es demasiado energética y rica en proteínas para la alimentación del bebé, de manera que se descrema y se diluye, añadiendo grasas poliinsaturadas de origen vegetal, así como hierro y otras sales minerales. En el mercado, también se encuentran fórmulas obtenidas modificando la bebida de soja o de arroz para niños que manifiestan alergia a las proteínas de la leche de vaca, así como fórmulas con proteínas hidrolizadas, es decir, fragmentadas a nivel molecular para garantizar una mayor digestibilidad. Por último, desde hace unos años, se pueden encontrar en el mercado leches de fórmula completadas con probióticos, cepas específicas de bacterias beneficiosas para la composición de la flora intestinal del pequeño, así como prebióticos, carbohidratos cuya función es nutrir a la flora intestinal y que no son asimilados por el intestino.

Las reglas de la OMS

Existen tres categorías de leches de fórmula ideadas para tres etapas diferentes del crecimiento del niño: leche 1, de inicio, o fórmula para lactantes, de 0 a seis meses; leche 2 o leche de continuación, desde los seis meses hasta el año; y leche 3 o de crecimiento, desde el año hasta los tres años. La composición de la fórmula para lactantes y de la fórmula de continuación está minuciosamente regulada por las indicaciones de la OMS, redactadas y publicadas por primera vez en 1981, y actualizadas recientemente por el Comité para la Nutrición de la European Society for Pediatric Gastroenterology, Hepatology and Nutrition (ESPGHAN), con el beneplácito de la propia OMS. (21)

Para cada principio nutritivo presente en la composición de la fórmula, se especifican el umbral de concentración mínimo y máximo, equivalentes a los de la leche humana. En cambio, la cantidad de hierro es mayor que en la leche materna.

La ESPGHAN también ha publicado en nombre de la OMS las líneas maestras de la introducción de probióticos y prebióticos en las fórmulas para lactantes y en las de continuación.22 La adición de estos microorganismos determina un aumento de la presencia de bifidobacterias y lactobacilos en la flora intestinal de los bebés alimentados con biberón. Las heces resultan más blandas, las deposiciones, más frecuentes, y se reduce el riesgo de estreñimiento y diarrea.

Al contrario que las primeras dos fórmulas, la composición de la fórmula de crecimiento, es decir, la leche de la etapa 3, no está reglamentada, y varía mucho según el fabricante.

En general, las fórmulas de crecimiento que se comercializan23 tienden a tener un alto contenido energético y una concentración de proteínas elevada, similares a las de la leche de vaca. A menudo, contienen azúcares y aromatizantes añadidos, y casi todas están enriquecidas con hierro, vitamina D y ácidos grasos omega 3. En la franja de edad a la que van dirigidas, de uno a tres años, los niños ya comen un poco de todo y, desde el punto de vista nutricional, la leche materna o la fórmula ya no son el componente principal de su dieta, sino un ingrediente como cualquier otro. Según los especialistas de la ESPGHAN, a partir del año, las madres que dejan de dar el pecho pueden ofrecer a sus hijos tanto leche de vaca como fórmula de crecimiento, o incluso seguir con la leche de continuación que han utilizado entre los seis meses y el año.

Cómo crecen los niños con la fórmula

Una de las razones por las que la leche de vaca no es adecuada para sustituir a la leche humana en el primer año de vida es su excesivo contenido en energía, grasas y proteínas. El niño alimentado con leche de vaca tiende a crecer más rápidamente y corre un mayor riesgo de sobrepeso y obesidad. Por ello, la OMS y la ESPGHAN han fijado tan escrupulosamente el contenido energético de las fórmulas destinadas a sustituir la leche materna en el primer año.

No obstante, los especialistas han notado que, a pesar de este estricto control, los bebés alimentados con biberón todavía conservan la tendencia a aumentar más rápido de peso que los alimentados con leche materna, sobre todo en las primeras semanas de vida.24 La pérdida fisiológica que afecta a todos los niños poco después de nacer es menos pronunciada en los recién nacidos alimentados con fórmula: pierden menos peso y lo recuperan más rápidamente. Al contrario de lo que podría parecer, esto no es una ventaja, puesto que puede contribuir de manera significativa a su futura predisposición al sobrepeso. La razón de este fenómeno reside en el hecho de que la fórmula para lactantes tiene un contenido energético similar al de la leche materna después de la subida láctea, pero es netamente superior al del calostro, que es el único alimento para los recién nacidos alimentados al pecho en los primeros días de vida. Asimismo, el calostro se produce en pequeñas cantidades. En consecuencia, el bebé alimentado con biberón dispone de más alimento desde que nace, teniendo en cuenta, además, que succionar de la tetina del biberón cuesta menos que succionar del pezón materno.

Para reducir el riesgo de sobrepeso en los niños alimentados con sustitutos de la leche materna, los especialistas coinciden en señalar la importancia de la alimentación a demanda, exactamente igual que se produce con la lactancia materna, prestando una gran atención a sus señales de hambre y saciedad, y no insistiendo para que se termine el biberón si, después de tomar una buena cantidad, lo rechaza repetidamente.

La preparación del biberón

La leche de fórmula se comercializa en forma líquida, lista para calentar y servir al niño, o bien en polvo, que se reconstituye añadiendo agua. El biberón debe prepararse y conservarse con cuidado, para evitar contaminaciones externas y el riesgo de proliferación de bacterias. Sobre este aspecto, la Asociación Española de Pediatría (AEPED), siguiendo las recomendaciones de la American Academics of Pediatrics (AAP), propone las siguientes recomendaciones.(25).

En primer lugar, antes del primer uso, se recomienda esterilizar todo lo necesario para la preparación de la fórmula: recipientes, biberón, tetina y cuchara medidora, para asegurarse de que están libres de microorganismos que puedan afectar a la salud del bebé. No obstante, después, será suficiente con lavarlos bien con agua caliente y jabón, utilizar una escobilla para eliminar los posibles restos de leche de la toma anterior, aclarar bien para que no quede jabón, y dejar secar al aire y no con un trapo. La persona que prepara la leche debe tener las manos bien limpias, y también debe limpiar y desinfectar la superficie de trabajo. Solo se considera indicado hervir el biberón y demás utensilios, si el agua no ofrece garantías o cuando el pediatra, conocedor de la familia y de las condiciones higiénicas en que viven, lo indique por razones médicas.

Hace años, cuando las condiciones sanitarias de la población eran extremadamente diferentes, esterilizar los biberones y demás utensilios tenía justificación. Sin embargo, en la actualidad, estas condiciones en un país como el nuestro han cambiado y, en consecuencia, las recomendaciones también. Además, una higiene excesivamente escrupulosa, impide al niño entrar en contacto con la mayoría de microorganismos de su alrededor, lo cual es necesario para que su sistema inmunitario se “entrene” y responda de forma eficaz a futuras agresiones. En cuanto a la leche de fórmula en polvo, es aconsejable preparar los biberones en cada toma, aunque, si se necesita, pueden prepararse para 24 horas y conservarse a menos de 5 ºC en el frigorífico. Asimismo, se debe desechar la leche sobrante de cada toma. Los biberones, una vez preparados, no han de guardarse en termos o calentadores, aunque el agua sí se puede mantener caliente, para añadir el polvo justo antes de la toma.

En función de la calidad del agua del grifo, puede ser recomendable hervirla un minuto durante los primeros meses de vida. Si el agua se hierve, se debe dejar enfriar hasta que esté tibia antes de añadir el polvo. Si no se hierve, conviene calentarla ligeramente, pero comprobando la temperatura final, derramando unas gotas del biberón en el dorso de la mano o en la parte anterior de la muñeca. Para reconstituir el polvo, se procede vertiendo primero el agua templada en el biberón y añadiendo la cantidad de polvo indicada en las instrucciones del envase, con la ayuda del medidor. Después, se cierra el biberón y se agita para disolver el polvo de manera uniforme. En el caso de que el biberón ya esté preparado, para calentar la leche y ofrecérsela al niño, hay que sumergir el biberón en agua caliente, bien cerrado y sin mojar la tetina, durante no más de quince minutos. No se aconseja el uso de microondas, puesto que podría calentar el líquido de manera no uniforme, con el riesgo de que el niño se queme al comer.

Capìtulo 11 – Purés industriales o hechos en casa

En las últimas décadas, en los lineales de los supermercados, se exhiben infinidad de productos de alimentación infantil destinados, precisamente, a la delicada etapa en la que los nuevos alimentos complementan la lactancia en la dieta de los niños: papillas de cereales, tarritos homogeneizados, “quesitos”, etc. Ofrecen a los papás y las mamás la ventaja de la practicidad, son productos listos para consumir y se conservan y se transportan fácilmente. Pero ¿son adecuados para las necesidades nutricionales del niño? ¿Su calidad y seguridad son comparables a las de los alimentos preparados en casa con ingredientes frescos?

Sobre este tema, se han formado a lo largo del tiempo verdaderas facciones que discuten acaloradamente en los medios de comunicación y las redes sociales. Los que se declaran favorables a los alimentos industriales aprecian, además de su sentido práctico, el hecho de que, por ley, estén sometidos a estrictos controles de seguridad antes de su comercialización, y también que su composición nutricional debe responder a criterios fijos establecidos por ley, a diferencia de los alimentos preparados en casa, cuya calidad puede variar en función de las materias primas utilizadas, de la receta empleada y de las formas de preparación y conservación. Quienes defienden la preparación casera de los purés critican los productos comerciales por su contenido excesivo en azúcares, el uso de conservantes y la falta de cooperación, observación y activación sensorial en la preparación de la comida por parte del niño.

Desde el punto de vista científico, existen pocos estudios comparativos entre la alimentación complementaria a base de purés hechos en casa y la que se basa en productos comerciales. La mayoría de los niños comen un poco de unos y un poco de otros, y los ingredientes y las preparaciones caseras varían de familia a familia. En definitiva, no existe un estándar único al que hacer referencia.

A partir de una comparativa basada en las recetas utilizadas por los progenitores, se desprende18 que los alimentos preparados en casa suelen ser, de media, más nutritivos que los industriales en cuanto a densidad calórica, contenido en proteínas y hierro. La cocina casera es, de media, más rica en sal, un poco excesiva, según las recomendaciones de los especialistas. Por otro lado, los productos industriales, si bien no pueden contener azúcares añadidos por ley, recurren a zumos de fruta y vegetales dulces, como la calabaza, la zanahoria y la patata, con el fin de lograr un sabor más apetecible para los niños19, conteniendo, así, una cantidad de azúcares no añadidos superior a la de las preparaciones caseras. Asimismo, el sabor de los alimentos industriales tiende a ser bastante uniforme respecto a la variedad de sabores que se ofrece a los niños a través de la cocina casera, que representa un buen entrenamiento para habituarles a la mayor variedad posible de ingredientes.

En resumen, los estudios llevados a cabo hasta el momento no concluyen diferencias significativas desde el punto de vista nutricional entre los purés hechos en casa y los productos industriales, siempre y cuando los papás sean conscientes del contenido y las características de los unos y los otros cuando los eligen y se los ofrecen a sus hijos. Por ejemplo, 100 gramos de un tarrito homogeneizado de pollo no equivalen a 100 gramos de carne. Contienen unos 40 gramos, o poco más, y otros ingredientes añadidos, como las patatas. Es lo que establece la normativa para la alimentación infantil que se comercializa en Europa.20 Si la denominación del producto contiene dos o más ingredientes, de los cuales la carne es el primero, por ejemplo “pollo y verduras”, el umbral mínimo de pollo admitido por la normativa es del 10%. Si la denominación es “verduras con pollo”, y la carne está en segundo lugar, el umbral mínimo desciende al 6%. Por lo tanto, para calcular cuánta carne ha comido en realidad el niño, no basta con leer la denominación del producto, sino que también es preciso verificar su contenido en la lista de ingredientes indicada en la etiqueta.

¿Y desde el punto de vista de la seguridad? La Directiva Europea sobre alimentos infantiles limita de forma rigurosa la presencia de residuos tóxicos de pesticidas y contaminantes en los productos industriales, así que, por lo tanto, no comportan un riesgo mayor que los purés hechos en casa. Los productos envasados requieren necesariamente la presencia de conservantes que, en cambio, están ausentes en las comidas preparadas con ingredientes frescos y servidas inmediatamente al niño. Aunque la normativa europea limita la lista de los aditivos admitidos, los especialistas coindicen en afirmar la superioridad de los alimentos frescos con respecto a los conservados. Así pues, las reglas fundamentales para elegir los productos a diario deben ser conciencia, variedad y flexibilidad, y también se debe tener en cuenta el tiempo del que disponen los papás.

En cualquier caso, el factor determinante para que el niño acepte las preparaciones que se le ofrecen no solo es el ambiente en el que se le dan los purés, sino también en el que se preparan. Los ingredientes principales de las comidas son la armonía y la serenidad familiar.

Capìtulo 10 – Cuándo introducir la leche de vaca

La leche de vaca es un alimento rico en energía, proteínas y calcio, un excelente aporte en la dieta de los adultos y los niños, pero no es adecuada para sustituir a la leche materna en el primer año de vida. Es más pobre en hierro que la leche materna o de fórmula, y la absorción del poco que contiene está obstaculizada a nivel intestinal por el calcio y la caseína. Asimismo, puesto que sus proteínas son menos digeribles que las de la leche materna, en los más pequeños, podría provocar colitis y microhemorragias de la mucosa intestinal y, en consecuencia, pérdidas ocultas de sangre en las heces, con el consiguiente empobrecimiento de las reservas de hierro.

Diversos estudios han demostrado que los niños alimentados principalmente con leche de vaca en el primer año tienen un mayor riesgo de carencia de hierro respecto a los alimentados con leche humana o leche de fórmula. (16)

Además, la leche de vaca es muy rica en sales minerales. Filtrarlas requiere un gran esfuerzo para los riñones de un niño pequeño. En condiciones normales, después del año, este esfuerzo no suele tener ninguna consecuencia negativa para su salud, pero, ante la presencia de factores que comportan pérdida de líquidos, como una infección con fiebre o diarrea, que representan una condición de estrés para los riñones, el riesgo de deshidratación aumenta.

Por último, la concentración excesiva (para las necesidades de un niño) de proteínas en la leche de vaca podría favorecer la predisposición del niño al sobrepeso en los siguientes años.

Por estas razones, según los expertos de la Organización Mundial de la Salud, la leche de vaca y sus derivados no se deberían ofrecer como alimento principal, en sustitución de la leche materna o de fórmula, en el primer año de vida. (17) Otros especialistas y sociedades científicas de pediatría prolongan este tiempo y recomiendan esperar hasta los 24-36 meses para introducir la leche de vaca como parte significativa de la dieta.

Capìtulo 9 – Introducción de los alimentos y riesgo de alergia

Hasta hace diez o quince años, se recomendaba retrasar la introducción de alimentos típicamente asociados a la aparición de alergias, como el pescado, la yema de huevo, las nueces y las avellanas, hasta los diez o doce meses. Se consideraba que exponerse de forma precoz a potenciales alérgenos podía aumentar el riesgo de desarrollar alergias. La misma consideración valía para el gluten: se creía que su introducción precoz en la dieta podía aumentar el riesgo de celiaquía. A las futuras mamás con familiares alérgicos se les recomendaba evitar el consumo de nueces y avellanas, crustáceos y otros alérgenos potenciales durante el embarazo, para no exponer al feto al contacto a través de la placenta. Esta recomendación se extendía a las mamás en período de lactancia.

Los estudios llevados a cabo en los últimos años han rebatido comple-tamente las convicciones sostenidas por los expertos en otros tiempos. (14).

Han demostrado que la exposición a alérgenos potenciales o al gluten a partir de los seis meses no aumenta la probabilidad de que aparezcan alergias o celiaquía en los niños en general, ni siquiera en los de alto riesgo (los que tienen familiares alérgicos).

Por el contrario, los resultados ponen de manifiesto una reducción del riesgo (15) para los niños con predisposición familiar si estos alimentos se introducen en su dieta a los seis meses. Se trata de una leve reducción del riesgo, que no justifica un adelanto de la introducción de nuevos alimentos, puesto que está demostrado que la lactancia materna exclusiva durante seis meses reduce la probabilidad de alergias. La mejor opción, que hoy recomiendan todos los especialistas, es la lactancia materna exclusiva durante seis meses y, a partir de entonces, introducir la alimentación complementaria sin la necesidad de seguir un orden específico en la introducción de los alimentos.

Capìtulo 8 – El autodestete (Baby-led Weaning)

Los primeros alimentos distintos a la leche se solían ofrecer en forma de puré o papilla, administrados con cucharita, sin la participación activa del bebé. En los últimos 10-15 años, se está instaurando una nueva tendencia, que está contando con un creciente seguimiento por parte de los papás y las mamás: se trata del llamado Baby-led Weaning (BLW), es decir, la introducción de alimentos complementarios dirigida por el bebé.

Consiste en ofrecer al niño, desde el principio, pequeños trozos de los mismos alimentos que consume el resto de la familia, e invitarle a agarrarlos con las manitas, llevárselos a la boca y probarlos solito, siguiendo lo que le dicta su curiosidad y su apetito (12).

Las ventajas de este método son estimular la autonomía y la capacidad de autorregulación del niño, acostumbrarle desde el principio a una mayor variedad de sabores y texturas, y hacerle más partícipe de la vida familiar, compartiéndolo todo en la mesa. Los temores de algunos pediatras y pro-genitores que no son muy partidarios de este método son el riesgo de asfixia y la posibilidad de que la alimentación no sea apropiada o que resulte poco nutritiva, lo que podría comportar un retraso del crecimiento.

El autodestete consiste en ofrecer al niño, desde el principio, pequeños trozos de los mismos alimentos que consume el resto de la familia, e invitarle a agarrarlos con las manitas, llevárselos a la boca y probarlos solito, siguiendo lo que le dicta su curiosidad y su apetito.

No es fácil someter el método de alimentación complementaria autorregulada por el bebé a una valoración objetiva, dado que raramente se aplica de forma exclusiva. A menudo, al mismo niño se le ofrece probar tanto alimentos de los adultos como purés tradicionales. Asimismo, la elección de los alimentos ofrecidos depende de las costumbres alimentarias más o menos saludables de la familia. En los últimos años, se han publicado los primeros estudios sobre el tema a una escala relativamente amplia (13).

Por el momento, de los datos recabados, no se desprende un mayor riesgo de asfixia, carencia de hierro o malnutrición en los niños alimentados de este modo. Por otro lado, tampoco se deduce la evidencia de una mayor capacidad para percibir la sensación de saciedad o un menor riesgo de obesidad. Si comen cantidades reducidas de alimento sólido respecto a los niños alimentados con purés, lo compensan temporalmente con un mayor consumo de leche.

Según los expertos, los papás que desean seguir este método deben respetar algunas reglas: si el pequeño disfruta de la libertad de comer lo que co-men sus papás, toda la familia debe seguir una dieta saludable y equilibrada. En cada comida, se le debe ofrecer al menos un alimento rico en hierro y otro de alto contenido energético. Los trozos ofrecidos deben ser de un tamaño que el niño pueda agarrar fácilmente con la mano y llevárselos a la boca, y de-ben tener una consistencia compatible con su capacidad de masticar y aplastar la comida, y no desmigarse o separarse en fragmentos fibrosos grandes.

Capìtulo 7 – Un acercamiento gradual

En los primeros seis meses, la leche materna ofrece al bebé todo lo que necesita para crecer con salud. Después, empieza a escasear el hierro. La leche no es muy rica en este mineral y, a esta edad, las reservas acumuladas en el organismo del pequeño durante el embarazo se empiezan a agotar.

Además, llegados a este punto, el aporte energético de la leche es insuficiente para satisfacer por sí solo la necesidad de un niño en crecimiento, si bien la leche materna cada vez se vuelve más rica en grasas y calorías.

Asimismo, con el tiempo, el niño adquiere la capacidad de permanecer sentado de forma autónoma, manteniendo el cuello erecto, y empieza a desarrollar la musculatura idónea para deglutir pequeñas cantidades de comida en forma semilíquida.

Según la OMS, la edad adecuada para iniciar la introducción de alimentos complementarios es a partir de los seis meses.(11) De los seis a los ocho meses, el protocolo de la OMS recomienda introducir dos o tres pequeñas raciones diarias de alimentos complementarios, continuan-do con la lactancia a demanda. De los ocho a los doce meses, las comidas pueden pasar a tres o cuatro, para después añadir uno o dos tentempiés al día a partir del año.

Por razones de seguridad, el pequeño debe comer sentado en posición erecta, siempre con la presencia de un adulto. La solución ideal, y también la más segura, es disponer de una trona.

Con un asiento amplio y cómodo, obligatoriamente provista de un arnés de sujeción para evitar deslizamientos, reposapiés regulable en altura para ajustarse al crecimiento y respaldo reclinable para adaptarse a los momentos de espera y relax, la trona es el asiento ideal para acompañar al niño en el descubrimiento de nuevos sabores y texturas. Algunos modelos también se pueden regular en altura y cuentan con bandeja extraíble. Esto no solo facilita la limpieza, sino que también favorece el acercamiento a la mesa, de manera que el pequeño pueda empezar a compartir el momento de la comida con sus personas más queridas. Para elegir el producto adecuado, también hay que valorar el espacio disponible en casa y el tipo de uso que se le va a dar. Si se dispone de espacio suficiente, se puede optar por una trona fija. De lo contrario, es oportuno elegir un modelo plegable y provisto de ruedas para los pequeños desplazamientos.

Algunos asientos están pensados para durar en el tiempo y utilizarse durante el crecimiento hasta la edad adulta; no solo para estar en la mesa, sino también para el juego, el estudio y el trabajo. Una opción casi irrenunciable, a la que se puede recurrir cuando el niño es capaz de sentarse solo sin apoyo, es la trona de mesa, que se engancha directamente a la superficie de la mesa gracias a un sistema muy práctico y seguro: un lugar de privilegio en primera fila para el pequeño de la casa, para observar todo lo que hay en la mesa, tocar y compartir el momento de la comida con sus papás. Por un lado, la trona de mesa proporciona a los progenitores una mayor libertad, evitando tener que dar de comer al niño en momentos separados, y, por otro, ofrece una oportunidad de aprendizaje, puesto que el niño tiende a imitar a los adultos y a sus her-manos mayores utilizando cubiertos, vasos, servilletas, etc. El hecho de comer todos juntos también es importante desde el punto de vista nutricional, ya que algunos platos que resultan menos atractivos para los niños, como las verduras, podrían ser más deseables si todos las comen. Un niño que se acostumbra a una trona de mesa también se siente más a gusto en otras situaciones, como en un restaurante, donde no resulta fácil sentar a los niños a la mesa. Con una trona de mesa plegable, es más fácil salir, comer y participar de la vida social, en beneficio del bienestar familiar.

Por razones de seguridad, el pequeño debe comer sentado en posición erecta, siempre con la presencia de un adulto. La solución ideal, y también la más segura, es disponer de una trona.

Asimismo, existen elevadores que se fijan a las sillas, y que están disponibles en distintos modelos y materiales. Para disfrutar del con-junto completo, se puede elegir una vajilla infantil, con platos decora-dos, cubiertos infantiles con puntas redondeadas, también disponibles en versión blandita, así como vasos con boquilla y asas, especialmente pensados para divertir y despertar la curiosidad en el niño, con el fin de hacer más agradable el paso a la alimentación complementaria.

Una vez elegidos los productos adecuados, nos podemos concentrar en la preparación de la comida. Al inicio, los alimentos deben tener una consistencia que permita al niño reducirlos a una papilla aplastándolos con la lengua y el paladar. Los platos del niño no deben contener trozos pequeños duros, como fragmentos de manzana o zanahoria crudas, y los alimentos tampoco deben desmigarse en la boca. Los trocitos más duros se añadirán a la comida gradualmente con el paso de los meses.

Al llegar al año, el pequeño puede empezar a comer lo mismo que los adultos, bajo su supervisión para reducir el riesgo de asfixia, moderando o evitando la cantidad de sal y azúcar en las comidas. Al mismo tiempo, la leche materna continúa formando parte de su dieta.

Por lo que respecta a la elección de los alimentos y las cantidades que se pueden ofrecer al niño, la OMS observa que muchos protocolos loca-les son excesivamente prescriptivos y están más basados en tradiciones culturales que en la evidencia científica. No es importante si se introduce antes el arroz o la tapioca, el pollo o la ternera, ni pesar los gramos de los ingredientes. Lo que cuenta es la variedad (también la temporalidad y el origen), para garantizar un aporte equilibrado de nutrientes. Asimismo, es difícil indicar cantidades precisas para la preparación de las comidas, dado que hay que animar al niño a reconocer la sensación de saciedad, por lo que no tiene que acabarse el plato necesariamente. Su necesidad de nutrientes cambia en función del crecimiento y de cuánta leche consuma. Lo mejor es adaptarse a su apetito.

Por lo tanto, no a las preparaciones estrictas y sí a las recomendaciones de la OMS, que deben integrarse en los hábitos familiares saludables ya adquiridos durante el embarazo: incluir al menos una comida proteínica y de alto contenido en hierro a diario, ya sea a base de carne, huevos o pescado, y ofrecer frutas y verduras ricas en vitaminas A, como zanahorias, toma-tes, albaricoques, melón, melocotón y cerezas, así como vitaminas del grupo B, como brócoli, plátanos y guisantes (que siempre deben aplastarse).

Al llegar al año, el pequeño puede empezar a comer lo mismo que los adultos, bajo su supervisión para reducir el riesgo de asfixia, moderando o evitando la cantidad de sal y azúcar en las comidas. Al mismo tiempo, la leche materna continúa formando parte de su dieta.

Capìtulo 6 – El destete

La palabra “destetar” significa “quitar la teta”, es decir, la leche materna. Sin embargo, la leche no es algo que haya que retirar a toda costa, sino que es un potente instrumento de refuerzo de la salud del niño y del futuro adulto. Por ello, hoy se prefiere evitar el término “destete” y se habla, más bien, de alimentación complementaria. Se trata de una expresión que define mejor el objetivo de esta etapa de transición, que no significa retirar la leche en el menor tiempo posible y sustituirla por alimentos distintos y adecuados para el niño. De hecho, la leche materna continúa siendo la fuente principal de energía y nutrición del niño durante todo el primer año, como mínimo. Aproximadamente, a los seis meses, la mayoría de los bebés manifiesta un cierto punto de madurez que incita a los papás y mamás a completar la dieta con la introducción de los primeros alimentos semisólidos, sin sustituir la leche por completo.(10)

La leche no es algo que haya que retirar a toda costa, sino un potente instrumento de refuerzo de la salud del niño y del futuro adulto. La leche materna continúa siendo la fuente principal de energía y nutrición del niño durante todo el primer año, como mínimo.

Esta etapa de transición sirve para habituar al pequeño a comer alimentos no líquidos, a utilizar las encías, la lengua y los dientes para aplastar la comida, masticarla, moverla en la boca y tragar el bocado. Sirve para hacerle conocer sabores diferentes, formar sus futuros gustos alimentarios y reforzar la conciencia del apetito y la sensación de saciedad. Es una etapa del crecimiento verdaderamente importante y, ciertamente, emocionante, tanto para el niño como para sus padres, que ansían que llegue el momento de acompañarle en el descubrimiento de los sabores y la buena comida, así como de observar su expresión en los primeros intentos.

Como para cada etapa del crecimiento, en el camino hacia la alimentación complementaria, cada niño tiene tiempos y modos totalmente personales. Los hay más prudentes, o incluso desconfiados, más curiosos y aventureros, y los que empiezan bien, pero después se lo piensan… Lo importante es que el momento de los primeros alimentos distintos a la leche no se convierta en un motivo de estrés. Si a los seis meses el pequeño no quiere experimentar, ya lo hará cuando se sienta preparado. El apoyo, la paciencia y el ánimo por parte de la mamá y el papá serán de mucha ayuda. Así pues, no hay que tener miedo si el niño no responde positivamente des-de el inicio a la oferta de nuevos alimentos, o si los rechaza o “marranea” con ellos, o incluso si continúa pidiendo leche a menudo. El proceso de profundización y educación del gusto requiere sus tiempos, y nunca debe condicionar el placer de vivir el momento de las comidas con serenidad.

A propósito de esto último, conviene tener presente que los gustos de los más pequeños son muy diferentes a los de los adultos, porque su capa-cidad perceptiva está en desarrollo. Para un niño, puede resultar muy sabroso un puré que a los adultos les puede parecer insípido, o bien preferir los sabores muy dulces, que le recuerdan al de la leche. Asimismo, la gestión de las comidas es totalmente distinta. Necesita más tiempo y hacer más pausas, y los rechazos pueden ser más vehementes. En esta etapa tan especial no solo es importante que los menús que se ofrecen al niño sean variados y equilibrados, además de tener una consistencia adecuada (que respete la capacidad de masticación del niño), sino que, sobre todo, hay que armarse de paciencia y afrontar este período gradualmente, respetando los tiempos del niño y también sus rechazos. Uno de los errores más comunes es obligar al pequeño a terminarse el plato. En realidad, la obligación le aleja del placer de comer y también es perjudicial para su capacidad natural de regulación. Si al final de la comida aún tiene la mitad de comida en el plato, no hay motivo para preocuparse: quizás, la ración es demasiado abundante o el pequeño está saciado.

Uno de los errores más comunes es obligar al pequeño a terminarse el plato. Si al final de la comida aún tiene la mitad de la comida en el plato, no hay que preocuparse: quizás, la ración es demasiado abundante o el pequeño está saciado.

Debemos tener presente que nunca es demasiado pronto para empezar a educar los gustos de los niños y el bienestar de estar en la mesa. Comer debe ser un placer y el niño tiene que vivir las comidas en un ambiente relajado, sin estrés ni tensiones. Por ello, es determinante el ambiente en el que se prepara su comida, la calma de los papás cuando acompañan al bebé en las primeras pruebas, así como lo que el niño ve y vive alrededor de la mesa cuando la familia se reúne. Cuando el niño empieza con los primeros purés, es preferible que no se quede aislado, sino que comparta mesa y comida con el resto de la familia, sin la distracción de la televisión, la tablet o los juegos. Al principio, la comida es un juego, puesto que repre-senta un nuevo instrumento de exploración de sus capacidades. Es más, estar en la mesa con la familia desde los tres o cuatro meses forma parte del proceso del “destete”, aunque no se le introduzca ningún alimento en la boca. El mero hecho de estar juntos, el compartir estos momentos en ar-monía, educa al niño más que cualquier otra cosa en el gusto y en el placer de comer. Es evidente que no siempre se logra conciliar las necesidades y los horarios de los más pequeños con los del resto de la familia, pero, gra-dualmente y cuando sea posible, es importante crear una especie de ritual de convivencia familiar del que los niños también se sientan partícipes.

Capìtulo 5 – Una ayuda profesional para darte confianza

Dar el pecho es una función fisiológica del organismo materno, y raramente se dan problemas de salud en la mujer o en el niño que la hagan imposible. En concreto, son muy pocos los casos en los que la mamá no tiene leche suficiente para alimentar a su bebé. Sin embargo, más de un tercio de las mujeres que, en los tres meses posteriores al parto, se pasan a la leche de fórmula aseguran hacerlo porque no producen suficiente leche, poniendo de manifiesto un problema de desinformación y de falta de confianza en su capacidad, además de contar con un apoyo inadecuado.

Son muy pocos los casos en los que la mamá no tiene leche suficiente para alimentar a su bebé. Sin embargo, más de un tercio de las mujeres que, en los tres meses posteriores al parto, se pasan a la leche de fórmula aseguran hacerlo porque no producen suficiente leche.

Las españolas quieren dar el pecho a sus bebés porque saben lo importante que es para la salud de sus hijos. Durante el embarazo, la mayoría de ellas manifiesta la intención de hacerlo, pero no todas logran llevar a cabo su propósito después del parto. En los días posteriores al nacimiento, el 91,7% de las mamás, efectivamente, amamantan a sus hijos, pero solo el 59,9% lo hace de forma exclusiva, sin complementos de leche de fórmula. La lactancia materna exclusiva se distribuye a lo largo del tiempo de la siguiente manera: a las seis semanas, el 68,4%; a los tres meses, el 52,48%; y a los seis meses, el 24,72%. 8

Una condición necesaria para que las mamás puedan realizar su de-seo de dar el pecho a sus bebés es que cuenten con una supervisión adecuada. Necesitan recibir información clara durante el embarazo, disponer de un ambiente favorable inmediatamente después del parto, poder disfrutar del contacto piel con piel con el bebé desde el nacimiento, realizar la primera toma de forma precoz, el rooming-in en el hospital y una ayuda profesional para resolver posibles problemas iniciales. Asimismo, es fundamental que, una vez en casa, la mamá no se sienta repentinamente sola, que pueda contar con el apoyo de su pareja y de toda la familia, así como disponer de las visitas de su matrona, bien tener la oportunidad de acudir a grupos locales de apoyo a la lactancia, organizados por otras mamás, adecuadamente formadas, para compartir experiencias y dificultades en una relación de igual a igual, de confianza, sin imposiciones ni culpabilización.

Para el fomento de la lactancia materna, se aconseja que las maternidades implementen el programa estructurado de la iniciativa IHAN, que incluye las siguientes recomendaciones: un parto y un nacimiento respetados, una atención humanizada a la madre, el respeto a las exigencias del código de comercialización de sucedáneos de leche mater-na y un apoyo adecuado y de calidad a las madres que no amamantan. (9)

Las mamás de hoy en día suelen ser objeto de comentarios, opiniones y consejos que no han pedido sobre cualquier tema, principalmente, sobre la lactancia. Se cuestiona la cantidad de leche, su calidad, su sabor, o la duración y la frecuencia de las tomas, con el consiguiente riesgo de que la mamá acabe desconfiando de su capacidad para alimentar a su bebé, precisamente, a causa de personas que deberían estar ayudándola. Si la mamá siente demasiada presión y falta de apoyo, su voluntad de dar el pecho puede no ser suficiente. No es fácil ignorar este tipo de comentarios, sobre todo cuando estos acrecientan las dudas y la incertidumbre totalmente normales después del parto, pero es importante que la mamá confíe en ella misma, en la capacidad de su cuerpo para amamantar y en la calidad indiscutible de su leche. Asimismo, debe ser consciente de que, si se presentan dificultades, también podrá alimentar al bebé con biberón, sin renunciar a vivir el momento de la toma con intensidad.

Cuando una madre alimenta a su bebé, se crea una especie de magia, hecha de miradas, calor, aromas y contacto: son momentos exclusivos y memorables, para la mamá y su bebé, en los que aprenden a conocerse y reconocerse, a entenderse y entrar en contacto. Sensaciones que pueden crearse aunque el bebé no tome el pecho. Si la mamá se apoya al bebé sobre el pecho, estableciendo un contacto piel con piel, manteniéndole cerca de ella para contenerlo y crear un contacto visual, y susurrándole palabras de amor, se hace la magia. Con calma y seguridad, sin dejarse condicionar por el sentimiento de culpa. La relación entre la mamá y el bebé está compuesta de gestos, miradas, suave contacto y un sinfín de ocasiones para transformar las rutinas del cuidado diario en momentos inolvidables, capaces de reforzar esta relación.

Capìtulo 4 – Las posiciones para dar el pecho

En la primera etapa de la lactancia, cuando la mamá y el bebé empiezan a conocerse, puede ser muy útil experimentar posiciones distintas, ya sea para favorecer la buena marcha de la lactancia o para hacer que la toma se convierta en un momento de bienestar y relax para los dos. La posición que da la máxima libertad al bebé es la misma del arrastre al pecho: la mamá coloca la espalda sobre unos cojines apoyados en un sofá, el cabe-cero de la cama o una butaca, pone al bebé sobre su pecho, barriga contra barriga, en posición vertical, y deja que sea el pequeño quien encuentre el pezón y succione la leche. La mamá está en una posición relajada y el bebé puede moverse libremente siguiendo su instinto.

En particular, se sugiere cuando al niño le cueste cogerse al pecho, o cuando el reflejo de emisión de la madre es intenso, puesto que la fuerza de la gravedad reduce el flujo de leche y el bebé puede separarse del pezón si sale demasiada cantidad. Para las primeras tomas, también se sugiere la posición de transición, que permite a la mamá controlar el agarre y hace que el pequeño se sienta contenido y protegido, de manera que pueda relajarse y pensar únicamente en mamar. La mamá lo sostiene con un brazo bien adherido al cuerpo y con los piececitos debajo de su axila, y le pone a mamar del pecho opuesto. Si todo su cuerpo está bien sujeto, el niño aprende antes a agarrarse correctamente y succionar.

No obstante, la mamá también debe sentirse cómoda, para poder relajarse durante la toma y evitar tensiones musculares en el cuello, los hombros y la espalda. Por ejemplo, puede ayudarse colocando un cojín debajo del brazo con el que sostiene al bebé, para descargar parte del peso. La posición de transición es una variante de la posición clásica de cuna, la que utilizan la mayoría de las madres, sobre todo, cuando están fuera de casa. La mamá sostiene al bebé con un brazo, con su cuerpo dirigido hacia ella y su naricita deolante del pezón, poniéndole a mamar del pecho del mismo lado, de manera que le quede una mano libre.

Como alternativa, se puede recurrir a la posición de balón de rugby: el cuerpo del niño está debajo del brazo de la madre, del mismo lado que el pecho del que está mamando, y ella le sostiene la cabeza con los dedos, manteniéndola delante del pecho. Los piececitos están dirigidos hacia su espalda. Esta posición es útil en caso de cesárea, porque el pequeño no descarga el peso sobre la herida, así como cuando la mamá tiene el pecho gran-de y quiere controlar el agarre, o bien cuando el bebé no tiene mucho apetito, ya que en esta posición el flujo de leche es fuerte desde el principio.

Después de una cesárea o justo después del parto, pero también en todas las ocasiones en las que la mamá quiere descansar, se puede dar el pecho tumbada de lado, cuerpo a cuerpo con el pequeño, con su cabecita delante del pecho y su nariz a la altura del pezón, ayudándole a permanecer en esta posición, con el brazo detrás de su espalda.

Por último, la posición a cuatro patas, sugerida en caso de obstrucción mamaria. El bebé se coloca boca arriba en el centro de la cama y la mamá se pone a cuatro patas por encima de él para darle el pecho desde arriba. La fuerza de la gravedad y la succión del niño favorecen el vaciado y alivian la sensación de tensión en el pecho.

Siempre es importante comprobar que el agarre del niño al pecho es correcto. El pequeño debe colocarse de manera que tenga la nariz enfrente del pezón, y la boca debe estar bien abierta y abarcar buena parte de la aréola, nunca solo el pezón.

Sea cual sea la posición elegida, que cada pareja mamá-bebé encuentra tras algunos intentos, siempre es importante comprobar que el agarre del niño al pecho es correcto. El pequeño debe colocarse de manera que tenga la nariz enfrente del pezón, y la boca debe estar bien abierta y abarcar buena parte de la aréola, nunca solo el pezón. Durante la toma, el bebé debe alternar con normalidad la succión y la deglución, y no se deben escuchar sonidos de succión ni ningún otro tipo de sonido. Si no está bien agarrado al pecho, o si la mamá siente dolor, se debe apartar al niño con delicadeza y corregir la posición. Dar el pecho nunca debe provocar dolor y, si se tiene la impresión de no encontrar la manera, lo mejor es pedir ayuda a una asesora de lactancia materna: una matrona de Atención Primaria, una voluntaria de La Liga de la Leche o una consultora profesional IBCLC (International Board Certified Lactation Consultant), es decir, una consultora profesional en lactancia materna, una figura especializada en la gestión de la lactancia materna humana que se forma bajo la dirección de la IBLCE (International Board of Lactation Consultant Examiners), constituida en Estados Unidos en 1985 para garantizar que las consultoras certificadas tuviesen una preparación estandarizada y de alta calidad.

Capìtulo 3 – El ritual de la lactancia

Conocer la composición de la leche y sus propiedades permite acabar con muchos mitos sobre la lactancia que carecen de fundamento y son contraproducentes, así como formular consejos basados en la evidencia científica y devolver a las madres conciencia y plena confianza en su capacidad.

Por ejemplo, no es en absoluto cierto que el calostro sea poco o escasamente nutritivo para las necesidades del recién nacido. Contiene todo lo que el pequeño necesita para favorecer su desarrollo en los primeros días de vida. Si se le ofrece la posibilidad de estar con su mamá y ponerse al pecho cuando lo desee, sin horarios preestablecidos, el bebé “llamará” a la subida de la leche con la succión frecuente.

En los siguientes días y meses, por medio del mismo mecanismo, el pequeño modulará la producción de leche en función de sus necesidades: cuanta más hambre tenga, con más frecuencia demandará y más estimulará el pecho para la producción de leche.

Entre el segundo y el cuarto día después de nacer, el bebé pierde hasta el 10% de su peso inicial. Es lo que se denomina pérdida fisiológica, un fenómeno natural que se observa en todos los niños sanos, nacidos a término y alimentados al pecho. No debe generar alarma: no significa que el pequeño esté desnutrido. Con el paso de los días, recuperará el peso perdido espontáneamente, y volverá al peso inicial en las dos primeras semanas de vida(4).

Otro fenómeno normal que no debe preocupar es el hecho de que el bebé tenga hambre a todas horas, que demande el pecho con mucha frecuencia. ¿Quiere decir que la leche de su mamá no le alimenta? ¡Por supuesto que no! El recién nacido tiene el estómago muy pequeño y solo tiene espacio para una pequeña cantidad de leche en cada toma. Así, para satisfacer su necesidad diaria de energía, puede llegar a comer incluso diez o doce veces en el transcurso de las 24 horas. Además, algunos bebés son rápidos y se sacian en pocos minutos, mientras que otros son lentos y pasan mucho más tiempo en el pecho. Su demanda es fisiológica y es correcto adaptarse a ella.

Cada niño tiene sus necesidades y sus ritmos. El sistema de lactancia que se basa en horarios establecidos, iguales para todos, que se recomendaba en los manuales de puericultura en otros tiempos, hoy se considera una manera de forzar. Además, en los primeros meses de vida, es difícil imponer al niño que coma todos los días a la misma hora: algunos días, el bebé no tiene tanto apetito; hay días de calor en los que tiene sed y demanda el pecho más a menudo; otros días en los que alcanza un hito del desarrollo y necesita un plus de energía, etc.

¿Cómo se sabe si un bebé está bien alimentado? En otros tiempos, se acostumbraba a realizar la “doble pesada”, es decir, se pesaba al pequeño antes y después de la toma para determinar si había comido suficiente. Hoy sabemos que este procedimiento no es eficaz para valorar el crecimiento del bebé, y suele desaconsejarse. Desde el momento en que la composición y la densidad calórica de la leche cambian incluso en el transcurso del mismo día, la cantidad consumida en cada toma no constituye un parámetro significativo para saber si el niño come suficiente. Más bien, conviene valorar, con un enfoque de 360 grados, la frecuencia con la que moja el pañal (en las primeras semanas, debería mojar cinco o seis al día), así como el ritmo sueño-vigilia, y el comportamiento del bebé. Asimismo, las visitas de control al pediatra son fundamentales. Si el pediatra considera que el niño presenta un buen estado de salud, significa que está bien alimentado y que no es preciso intentar que tome más leche.

Darle libertad para comer cuando tenga hambre y parar cuando esté saciado ayuda al niño a desarrollar su capacidad de autorregulación, un factor que le protege y le protegerá del riesgo de obesidad durante toda la vida. La lactancia a demanda también beneficia al desarrollo cognitivo del pequeño. Un estudio británico de 2013 demuestra que los niños alimentados así tienen un coeficiente de inteligencia más alto y mejores resultados académicos, al menos, hasta los 14 años (5).

Con el paso de los meses, las tomas se espacian espontáneamente. El niño tiene el estómago más grande, toma más leche en cada tetada y la leche es más rica en grasa y en componentes que favorecen el crecimiento. La OMS recomienda continuar con la lactancia materna exclusiva hasta los seis meses e introducir después los primeros alimentos complementarios, sin eliminar ni reducir la leche materna, satisfaciendo la demanda del pequeño, confiando en la capacidad de autorregulación que ha adquirido en las primeras semanas de vida6. La lactancia puede proseguir hasta los dos años o más, si la mamá y el niño así lo desean.

La OMS recomienda continuar con la lactancia materna exclusiva hasta los seis meses e introducir después los primeros alimentos complementarios, sin eliminar ni reducir la leche materna.

Por lo que respecta a la alimentación y el estilo de vida materno durante el período de lactancia, se aplican las mismas recomendaciones generales de salud.7 No se debe “comer por dos”, puesto que, para producir leche, el organismo de la mujer recurre a las reservas de tejido adiposo acumuladas durante el embarazo, favoreciendo así la recuperación del peso ideal después del parto. La alimentación debe ser saludable y variada. La embarazada debe abstenerse de consumir alcohol. Si es consumidora habitual, se la incluirá en un programa para reducir al mínimo posible la ingesta de alcohol. También se recomienda evitar o moderar el consumo de café. Fumar está contraindicado en la lactancia, como lo estaba en el embarazo. Los suplementos alimenticios y los productos de herbolario deben consumirse con precaución, y siempre después de consultar al médico.

Capìtulo 2 – El alimento ideal y mucho más

Hace tiempo que conocemos qué contiene la leche humana. En general, proteínas, azúcares, grasas, vitaminas y sales minerales. Sin embargo, en los últimos años, gracias a los avances en el campo del análisis molecular, la ciencia ha empezado a explorar la variedad de sus componentes y su importancia para el organismo del niño.

Cuanto más tiempo pasa y más se estudia, más se comprende el recurso tan valioso que es la leche materna para el desarrollo y la salud futura del pequeño. Es el alimento específico ideal para el cachorro humano y se produce a medida de las necesidades específicas de cada momento, adaptándose a los cambios de forma dinámica.

Entre el primer y el tercer día de vida del bebé, la mamá produce unas gotas de líquido de color amarillo.

Es el calostro, también llamado “oro amarillo”, más pobre en azú-cares y grasa que la leche madura, pero extremadamente rico en proteínas de alta digestibilidad, sales minerales y vitaminas, además de fagocitos (“células escoba”), antibactericidas y antimicóticos. Su color amarillo seroso se debe a la elevada concentración de inmunoglobulinas (componentes del sistema inmunitario), nucleótidos, sales minerales y vitaminas (sobre todo, vitaminas A, D, K y B12). De los más de doscientos carbohidratos diferentes presentes en el calostro, el recién nacido solo digiere y asimila una parte (1). Los demás son el alimento para las bacterias que han empezado a colonizar su intestino. Ofreciendo al bebé la primera leche, la mamá pone en marcha una selección de su flora intestinal (microbiota), gracias a la acción de los anticuerpos producidos por el sistema inmunitario materno, que pasan al bebé a través de la leche.

Tras algunos días de calostro, llega la subida de la leche, el inicio de la producción de leche materna por parte del pecho. Los tiempos de la subida de la leche son variables, pero, generalmente, se produce entre tres y cuatro días después del parto, y se manifiesta con síntomas específicos. Algunos de los síntomas más comunes son: aumento del volumen de las mamas y posible sensación de dolor, calor u hormigueo en el interior del pecho. Normalmente, el bebé contribuye a aliviar estos síntomas con el vaciado del pecho.

La subida de la leche es inducida por el aumento de la prolactina, una hormona que se estimula a través de la succión del bebé, creando así el paso de la leche materna desde el tejido glandular del pecho a los conductos galactóforos.

Del 4º al 10º día después de nacer, la leche materna se transforma en una leche de transición: muy abundante, de color amarillento, hiperenergética, de elevado contenido en grasa y carbohidratos, pero con me-nos minerales y proteínas. A esta le sigue la leche madura, rica en grasa y carbohidratos, y con un aporte proteínico y de sales minerales calibra-do en función del aumento de las necesidades nutricionales del bebé.

Al mes de nacer, la transición del calostro a la leche madura ya se ha completado, pero el alimento no deja de adaptarse continuamente a las necesidades del niño. Por ejemplo, la leche que el pequeño come al inicio de la toma, cuando el pecho está lleno, es más acuosa y rica en azúcares. Satisface la sed y la necesidad inmediata de calorías. A medida que la toma avanza, la composición cambia y la cantidad de grasa aumenta. Sería un error apartar al niño del pecho pocos minutos después del inicio de la toma y ofrecerle el otro pecho. Así, se le impediría el acceso a la parte más nutritiva de la leche.2 Por otro lado, cuando hace más calor, la leche es más acuosa. Por la tarde y en las horas nocturnas, se enriquece de hormonas como la oxitocina, que favorece la relajación y el sueño del bebé.

La leche materna tiene un papel determinante para el sistema inmunitario del niño, porque, a través de las inmunoglobulinas A (IgA), se le proporcionan los anticuerpos específicos que combaten a los patógenos. Asimismo, actúa como inmunomodulador, enriqueciendo la microbiota de su intestino.

El porcentaje y la composición de la grasa también cambian con el paso de los meses. De los dos a los seis meses, y todavía más al año, el bebé crece, las tomas se espacian y aumenta la necesidad de energía en cada toma. La leche no “se vuelve agua”, como se suele decir, y no pierde poder nutritivo. Por el contrario, cada vez se hace más rica, adaptándose a las necesidades del niño. En su composición, también aumenta el porcenta-e de ácidos grasos necesarios para la maduración del sistema nervioso central, la visión y el sistema neuromotor. Entre las proteínas, aumentan las que contribuyen al desarrollo del cerebro.3 La lactancia materna es un sistema impecable, perfectamente calibrado por milenios de evolución.

Capìtulo 1 – El mejor alimento desde el principio

Desde la más tierna infancia, alimentarse no solo es importante desde el punto de vista biológico, sino también psicológico, social y cultural. Nada más nacer, el bebé se acerca al pecho de la madre para favorecer el agarre y el buen inicio de la lactancia. De esta manera, el pequeño recibe el mejor alimento posible y se refuerza el vínculo profundo en-tre la mamá y el niño, el llamado bonding. Con el paso de los meses, los momentos vinculados a la lactancia y a los primeros purés continúan teniendo una relevancia fundamental también en el aspecto de las rela-ciones y el desarrollo psicofísico. Ya en la vida intrauterina, el niño experimenta y, poco a poco, per-fecciona su capacidad de alimentarse y deglutir.

Una vez nacido, el bebé cuenta con una potencialidad genética, que se manifiesta a través de comportamientos instintivos y que le permiten sobrevivir inmedia-tamente después de nacer: los reflejos. Algunos de ellos, por ejemplo, el reflejo de succión, constituyen las bases, junto a los sistemas senso-riales, sobre las que se construirán las posteriores habilidades. Con el tiempo, estas habilidades se transformarán en verdaderas capacidades. Durante el primer año, la función alimentaria se compone de nuevas experiencias que se suceden, una detrás de otra, rápidamente. No hay más que pensar que solo pasan seis meses desde que la alimentación del bebé, exclusivamente láctea, empieza a recibir la introducción gradual de los primeros purés y los primeros alimentos sólidos.

Para afrontar todas estas etapas del desarrollo, el pequeño debe experimentar múl-tiples novedades en los aspectos sensorial y motor. Aprende a conocer los diferentes sabores y a familiarizarse con diferentes temperaturas, texturas, formas y olores. Además, debe gestionar y perfeccionar la ac-tividad muscular a través de los movimientos de la boca, la lengua, las mejillas y la deglución (y, posteriormente, la masticación), así como, al mismo tiempo, desarrollar su madurez digestiva a nivel gástrico e in-testinal.

Cada día, el niño se enfrenta varias veces a muchas novedades que observar, afrontar y gestionar, por lo que resulta fundamental que se sienta apoyado y que exista un clima de confianza a su alrededor. A propósito de estos aspectos, la pedagoga italiana Maria Montes-sori fue una gran defensora de la autonomía de los niños, también en la mesa. Según Montessori, cuyo método de educación se ha estudiado y tomado como ejemplo en todo el mundo, los más pequeños deben sen-tirse libres para experimentar, tocar la comida, manipularla y llevár-sela a la boca con las manos. Asimismo, es importante que compartan todas las comidas posibles en familia, porque “a los niños no hace falta enseñarles, sino demostrarles cómo se come”. Si un niño se siente li-bre de actuar y percibe serenidad a su alrededor, sentirá comprensión y apoyo en todas las fases de esta etapa del crecimiento, tan delicada y determinante para su bienestar general.