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El desarrollo armónico del niño

"Para un bebé, el sentido del tacto representa mucho más que un instrumento para conocer la realidad que le rodea"

Capìtulo 3 - El desarrollo sensorial

CATEGORÍA: El desarrollo armónico del niño
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TIEMPO DE LECTURA: 12 min

Del mismo modo que las conexiones del sistema nervioso que controlan los reflejos innatos, los sentidos también están formados cuando el bebé nace. Algunos están ya muy activos, mientras que otros deben madurar calibrándose con los estímulos del ambiente exterior.

El primer sentido que el feto desarrolla en el vientre materno es el del tacto. Lo demuestran las imágenes ecográficas: el niño juega con las ma-nitas, los pies y el cordón umbilical, y reacciona cuando la mamá se toca el abdomen. (5)

Desde los primeros días de vida, explora con el tacto los objetos con los que entra en contacto y crea una representación mental de los mismos, de manera que los reconoce como familiares cuando ya los ha examinado. (6)

Para un bebé, el sentido del tacto representa mucho más que un instrumento para conocer la realidad que le rodea: está estrechamente conectado con los centros del cerebro en los que se originan las emociones y mecanismos ancestrales de la socialización. El recién nacido que practica el “piel con piel” con la mamá con frecuencia, y que recibe caricias y abrazos, se siente seguro y relaja sus mecanismos de defensa. Su nivel de cortisol, la hormona del estrés, es más bajo,7 mientras que el de serotonina se eleva, favoreciendo su estado de bienestar.

El oído

Al contrario que la visión, el oído está desarrollado y ya funciona durante la gestación. El feto percibe algunos sonidos procedentes del exterior, (8) entre los que se encuentran las voces de la mamá y el papá, que aprende a reconocer. Después de nacer, escuchar esas voces fami-liares tendrá un efecto calmante en el pequeño.

En las primeras semanas de vida, el niño no logra distinguir las palabras de los ruidos de fondo. (9) Hablarle en “lenguaje de bebé”, acentuando las vocales, con sonidos más agudos y prolongados, le ayuda a focalizarse en las palabras y a madurar el sentido del oído y las áreas de la corteza cerebral que le permitirán, en poco tiempo, aprender a hablar a su vez.

Alrededor de los dos meses, el oído del bebé está desarrollado hasta el punto de que empieza a ser capaz de reconocer sonidos de tonalidades distintas. Alrededor de los tres o cuatro meses, el niño es capaz de captar y entender la fuente de una voz o de un ruido, para girarse en la dirección de la que proceden. Asimismo, empieza a articular algunas consonantes y vocales. Alrededor de los cinco o seis meses, empieza a entender que él mismo puede provocar algunos ruidos, como cuando lanza un objeto al suelo por el gusto de escuchar el sonido que hace. Generalmente, esto le divierte muchísimo y le provoca grandes carcajadas.

Para saber si el niño tiene los oídos sanos, se puede empezar con algunos estímulos simples, por ejemplo, dando palmadas en una dirección para atraer su atención. Si el niño se dirige hacia el ruido, significa que no hay anomalías. En cambio, si ningún estímulo provoca una reacción en él, será conveniente dirigirse al pediatra para descartar cualquier posible trastorno y resolverlo lo antes posible.

Gusto y olfato

Son dos sentidos que se desarrollan en paralelo durante el embarazo, y que ya son muy agudos al nacer

El olfato está estrechamente relacionado con el gusto, pero también con las emociones, por lo que reviste una importancia capital para el de-sarrollo psicomotor del niño, empezando por el proceso de apego a la ma-dre en los primeros días de vida.

Al nacer, su fino y ya desarrollado sentido del olfato permitirá al pe-queño reconocer a la mamá antes que con la visión, que aún está poco de-sarrollada, y le guiará hacia el pecho.

Después del primer contacto con la mamá, el niño aprende a reconocer también el olor de su leche, que está demostrado que prefiere al de la leche de fórmula y al olor de la leche de otras mujeres.10 El bebé será capaz de distinguir a las personas que cuidan de él por el olor de su piel. La íntima correlación del olfato con las emociones también explica el estrecho vínculo de este sentido con el proceso de memorización. Olores asociados a experiencias vividas por el niño por primera vez permanecerán indisolu-blemente unidos entre ellos, tanto que un determinado olor podrá despertar reacciones emocionales incluso a una distancia de muchos años.

Por lo que respecta al gusto, a través del líquido amniótico, el peque-ño experimenta los sabores de los alimentos consumidos por la futura mamá, ya en estado fetal. Habituarle desde la gestación a una dieta sana y variada le llevará, más adelante, a ser más proclive a aceptar los sabores de los alimentos que se le ofrezcan durante el destete.

Por naturaleza, en los primeros meses de vida, los niños aprecian es-pecialmente el sabor dulce y el umami (sabor del glutamato), que es un componente del sabor de la leche. Además, reaccionan con disgusto ante el sabor amargo y el ácido, y muestran indiferencia hacia el salado. Son preferencias instintivas de origen evolutivo que tienen la función de mantener a los niños alejados de las plantas y las esencias potencialmente tóxicas, así como de animarlos a buscar alimentos de alta densidad nutricional.

En nuestra sociedad, en la que estamos rodeados de alimentos dulces de alta densidad nutricional, en la que el riesgo más frecuente no es la desnutrición, sino el sobrepeso, estas preferencias no ayudan a los papás. La mamá y el papá deberán tratar insistentemente de educar al niño en una dieta sana, variada y rica en vegetales y fibra. Gradualmente, a través del hábito y el ejemplo, los niños vencerán su natural aversión hacia los sabores nuevos y aceptarán experimentar una mayor variedad de platos. (11)

La visión

La visión acompaña y contribuye al desarrollo físico, psíquico y emocio-nal del niño desde el nacimiento, si bien la maduración del sistema visual no se completa hasta el octavo mes de vida.

Los ojos, el nervio óptico y la corteza visual, es decir, el área del cerebro destinada a recibir y descodificar las señales de los ojos, se desarrollan desde las primeras semanas de embarazo, y todo el sistema está prepa-rado para ponerse en funcionamiento cuando el niño nazca. Pero, para activarse y madurar, necesita los estímulos del ambiente exterior. (12)

La visión del recién nacido está desenfocada, como si estuviese dentro de una niebla espesa. Percibe la luz y la oscuridad, algunas formas de gran tamaño a poca distancia, como el rostro de la mamá, pero no es capaz de ver los objetos más lejanos ni los detalles de los más cercanos. Posee una escasa percepción de los colores. A veces, sus ojos se mueven de forma completamente descoordinada y nos pueden hacer pensar que sufre es-trabismo. Es un fenómeno totalmente normal, porque todavía no tiene pleno control de la musculatura ocular.

A los quince días de vida, el niño empieza a distinguir las siluetas con mayor claridad, hasta una distancia de 20-30 centímetros de su cara. (13)

Alrededor del mes, los ojos del niño empiezan a moverse de forma más coordinada, logrando enfocar y seguir con aproximación un objeto en mo-vimiento.

A los dos meses, prefiere las superficies de colores intensos y los contrastes de tipo blanco y negro o de color claro contra color oscuro. Sin embargo, precisamente, a partir de los dos meses, se inicia el proceso de distinción entre las tonalidades de color, que se afinarán cada vez más en los meses venideros, permitiendo al bebé captar cada vez mejor los detalles de los objetos y de las imágenes que le rodean.

A los tres o cuatro meses, desarrolla el reflejo de fijación, es decir, la capacidad de fijar la mirada en un objeto que atrae su atención, y empieza a percibir los detalles de las lí-neas y las expresiones de los papás, que pronto empezará a imitar. Coordina cada vez mejor los movimientos de los bulbos oculares y empieza a seguir con la mirada los objetos en movimiento con una cierta precisión.

A partir del cuarto mes, el progresivo mayor dominio y la precisión de los movi-mientos se combinan con la percepción de la profundidad.

Alrededor de los cinco meses, amplía su horizonte visual y empieza a enfocar objetos cada vez más lejanos. Para ello, le ayuda la habilidad para distinguir los colores, que desarrolla plenamente en el mismo período.

La visión tridimensional, es decir, la percepción de los distintos planos de profundidad, madura más tarde, alrededor del primer año, cuando el niño empieza a dar sus primeros pasos.

A los doce meses, la compe-tencia visual del niño es adecuada para sus habilidades motoras aumenta-das: caminando y desplazándose de forma cada vez más ágil, perfecciona la percepción visual del espacio que está a su alrededor.

A los dos años, ha adquirido el pleno control de los músculos oculares, y a los cuatro años, su agudeza visual es equivalente a la del adulto.

5 V. Marx e E. Nagy, Fetal Behavioural Responses to Maternal Voice and Touch, «PLoS One», 10, 2015, n. 0129118

6 C. Sann e A. Streri, Perception of object shape and texture in human newborns: evidence from cross-modal transfer tasks, «Developmental Science», 10, 2007, pp. 399-410

7 E. H. Jönsson et al., Affective and non-affective touch evoke differential brain responses in 2-month-old infants, «Neuroimage», 169, 2018, pp. 162-171

8 B. Mampe et al., Newborns’ Cry Melody Is Shaped by Their Native Language, «Cuttent Biology», 19, 2009, pp. 1994-1997

9 L.C. Erickson e R.S. Newman, Influences of background noise on infants and children, «Current Directions in Psychological Science», 26, 2017, pp. 451-457

10 A. Baudesson de Chanville et al., Analgesic Effect of Maternal Human Milk Odor

11 C.A. Forestell, Flavor Perception and Preference Development in Human Infants, «Annals of Nutrition and Metabolism», 70, 2017, pp. 17-25

12 S.P. Johnson, How Infants Learn About the Visual World, «Cognitive Science», 37, 2010, pp. 1158-1184

13 A. Cavallini et al., Visual acuity in the first two years of life in healthy term newborns: an experience with the teller acuity cards, «Functional Neurology», 17, 2002, pp. 87-92

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