Artículos científicos
El trabajo de parto y el nacimiento como proceso biológico y evolutivo: de la fisiología a la práctica obstétrica basada en evidencia
El nacimiento es un evento biológico y antropológico extraordinario, en el que convergen dimensiones fisiológicas, culturales, emocionales y simbólicas. El trabajo de parto y el parto, en su secuencia orquestada de fases, representan el punto culminante de una compleja adaptación evolutiva que ha permitido a la especie humana conciliar la locomoción bípeda con el desarrollo de un encéfalo voluminoso.
Es precisamente en este punto crítico, definido por Washburn como el “dilema obstétrico”, donde se sitúa el valor evolutivo de las tres fases del parto: dilatación, expulsión y alumbramiento. Estas no solo son etapas biológicas necesarias para el nacimiento, sino también momentos clave de interacción entre el cuerpo materno, el entorno clínico y el recién nacido que llega al mundo.
Primera fase: la dilatación
La primera fase del trabajo de parto, o fase de dilatación, marca el inicio del proceso activo del nacimiento. Comienza cuando las contracciones uterinas alcanzan una intensidad, frecuencia y duración suficientes como para provocar modificaciones morfológicas en el cuello uterino.
El cuello del útero, inicialmente rígido y cerrado, sufre un borramiento y una dilatación progresiva hasta alcanzar los diez centímetros. La regulación endocrina de este proceso implica la interacción sinérgica entre oxitocina hipotalámica, prostaglandinas producidas localmente y un sistema de retroalimentación mecánica y neurohormonal conocido como el reflejo de Ferguson, mediante el cual la distensión del segmento uterino inferior estimula una mayor secreción de oxitocina.
Las contracciones siguen un patrón geométrico determinado por la organización de las fibras miometriales en un “tridente contráctil“, cuya eficiencia hoy es objeto de estudio mediante herramientas de electromiografía uterina y modelos computacionales de dinámica uterina.
Clínicamente, esta fase requiere una evaluación obstétrica cuidadosa, pero respetuosa de los tiempos fisiológicos, con un monitoreo individualizado que reduzca las intervenciones innecesarias.
Segunda fase: la expulsión
A esta le sigue la segunda fase, denominada fase expulsiva, que comienza con la dilatación cervical completa y concluye con el nacimiento del neonato. Durante esta fase se intensifica la actividad contráctil uterina y se activa el reflejo expulsivo materno, acompañado del deseo espontáneo de pujar.
El bebé, guiado por las fuerzas uterinas y la mecánica pélvica, realiza una secuencia de movimientos adaptativos llamados movimientos cardinales, mediante los cuales se orienta y se modela para atravesar el canal del parto. Esta secuencia, ya descrita con precisión en el siglo XVII por François Mauriceau, refleja la adaptación biomecánica del occipucio fetal a las curvas obstétricas de la pelvis materna: una prueba del intrincado equilibrio entre forma y función que caracteriza la evolución del parto humano.
La gestión clínica de la fase expulsiva hoy implica un apoyo activo, pero no directivo de la acción materna, fomentando posiciones libres, el parto respetado y el contacto precoz madre-recién nacido. El enfoque actual favorece una vigilancia no invasiva, evitando el uso sistemático de episiotomía e instrumental obstétrico, reservándolos solo para casos bien indicados.
Tercera fase: el alumbramiento
Con el nacimiento del bebé comienza la tercera fase del parto, el alumbramiento, en la cual el útero, mediante contracciones tonicogénicas, provoca el desprendimiento y expulsión de la placenta y las membranas fetales.
Se trata de un momento crucial, a menudo subestimado, pero fundamental para la prevención de la hemorragia postparto, que sigue siendo una de las principales causas de mortalidad materna a nivel mundial. El desprendimiento placentario ocurre de forma fisiológica por dos vías principales: central (Schultze) o marginal (Duncan), según el área inicial de separación entre la decidua basal y la placenta.
La atención moderna al alumbramiento se basa en protocolos basados en evidencia, como el manejo activo del tercer estadio del parto, recomendado por la OMS y otras organizaciones internacionales, que incluye la administración profiláctica de oxitocina, la tracción controlada del cordón y la palpación uterina para facilitar la expulsión completa de los anexos.
Integración entre fisiología y dimensión psicológica
Las tres fases del trabajo de parto, aunque claramente distintas desde el punto de vista anatómico-funcional, forman parte de un continuo fisiológico donde la dimensión psicológica y emocional desempeña un papel determinante.
Los estudios más recientes en el ámbito de la neurobiología perinatal han demostrado que el ambiente afectivo y sensorial en el que se desarrolla el parto modifica la producción de hormonas clave, tanto maternas como fetales, como la oxitocina, las catecolaminas y las betaendorfinas. Estas no solo regulan el tono uterino y la percepción del dolor, sino que también modulan la calidad de la interacción temprana madre-bebé, influyendo en el vínculo afectivo, el inicio de la lactancia y el desarrollo neuroconductual del recién nacido.
Hacia una nueva obstetricia: entre ciencia y humanización
Desde los nacimientos en templos egipcios asistidos por parteras-sacerdotisas hasta las modernas salas de parto de alta tecnología, la atención al trabajo de parto ha atravesado transformaciones profundas, reflejo de la tensión entre el control médico y el respeto por la fisiología.
Hoy en día, el reto de la obstetricia contemporánea no es simplemente garantizar la supervivencia, sino promover un nacimiento seguro, humanizado y consciente. Esto implica superar modelos intervencionistas rutinarios en favor de una atención personalizada, capaz de armonizar las evidencias científicas con la experiencia subjetiva de la mujer y su familia.
En conclusión, las fases del trabajo de parto y del parto no solo constituyen etapas biológicas esenciales, sino también auténticos momentos de transición antropológica, en los cuales la mujer atraviesa una frontera fisiológica y existencial.
El conocimiento profundo de los mecanismos que las regulan, integrado con una práctica clínica basada en la evidencia, la relación humana y la conciencia cultural, representa la clave para una nueva obstetricia: científicamente fundamentada, pero orientada humanamente.
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