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Artículos científicos

Regulación emocional y adaptación fraterna a la llegada de un recién nacido

FOCUS: Regreso a casa

La llegada de un recién nacido es un acontecimiento de extraordinaria importancia para la familia, capaz de suscitar alegría, emoción y una sensación de renovación. Al mismo tiempo, sin embargo, representa un desafío que afecta profundamente la vida cotidiana y las relaciones dentro del núcleo familiar. Si para los padres el nacimiento suele ir acompañado de sentimientos de felicidad y responsabilidad, para el primogénito se trata de un momento delicado que implica la necesidad de compartir atenciones, cuidados y afecto con un nuevo miembro de la familia.

Este cambio, aunque natural, puede despertar en el niño sentimientos ambivalentes: por un lado, curiosidad y deseo de cuidar al hermanito; por otro, celos, tristeza o miedo a ser “reemplazado” en el corazón de los padres. Es precisamente en esta ambivalencia donde se juega gran parte de la adaptación fraterna.

Cada niño reacciona de manera diferente ante la llegada de un hermano. Algunos manifiestan entusiasmo y deseo de participar en los cuidados, mientras que otros expresan malestar a través de comportamientos más complejos. Las reacciones más comunes son:

  • regresiones conductuales (biberón, chupete, lenguaje simplificado, dificultades para dormir o controlar esfínteres),
  • berrinches, protestas, crisis de ira, irritabilidad,
  • conductas agresivas dirigidas al recién nacido o a los padres,
  • aislamiento, tristeza y retraimiento
El papel del apego

Las teorías del apego formuladas por Bowlby subrayan que la figura primaria de referencia cumple un papel esencial en la regulación emocional del niño. Cuando dicha figura, generalmente la madre, se vuelve temporalmente menos disponible debido a las exigencias derivadas del nacimiento de un nuevo hijo, el primogénito puede percibir la situación como una pérdida de su centralidad afectiva, activando reacciones emocionales complejas.

 

Impacto psicológico en el primogénito

La llegada de un nuevo miembro a la familia representa un evento crucial que puede reactivar en el primogénito dinámicas relacionadas con la rivalidad, el temor al abandono y la competencia por el amor y la atención de los padres. En la literatura, los celos fraternales se describen como una respuesta emocional compleja que incluye sentimientos de tristeza, ira, frustración y vivencias de exclusión, generados por la percepción de una distribución desigual de los cuidados parentales. En los primeros meses, tras el nacimiento de un hermano, es normal que el primogénito muestre algunos cambios en su comportamiento.

Como ha observado la psicóloga Judy Dunn, muchos niños tienden a volver a comportamientos típicos de etapas anteriores: pueden pedir nuevamente el biberón, mojar la cama a pesar de haber aprendido el control, hablar con un lenguaje infantil o negarse a hacer solos lo que antes realizaban, como vestirse o usar el orinal.

Estos comportamientos, que pueden parecer “retrocesos”, son en realidad una manera en que el niño busca atraer la atención de los padres y sentirse nuevamente en el centro de los cuidados. No se trata, por tanto, de un verdadero problema, sino de una estrategia natural mediante la cual el primogénito intenta recuperar seguridad en un momento de cambio importante.

Cuando nace un hermano o una hermana, es normal que el primogénito muestre reacciones muy diversas entre sí. Algunas forman parte de lo que los especialistas consideran un proceso natural de adaptación, pero si se vuelven demasiado intensas o persistentes pueden transformarse en señales de malestar.

Como ha señalado la psicóloga Barbara Volling, existen dos grandes categorías de respuestas:

  • internas”, como ansiedad, tristeza, aislamiento o trastornos psicosomáticos (dolor de estómago, dolor de cabeza),
  • externas”, como agresividad, irritabilidad, desobediencia o conductas provocadoras.

Otro investigador, Laurie Kramer, ha descrito la llegada del hermanito como una especie de “prueba que superar” para el niño, que pone a prueba su capacidad para manejar emociones y comportamientos. Las reacciones dependen en gran medida del carácter del primogénito, del tipo de vínculo con los padres y de cuánto logren mamá y papá tranquilizarlo e involucrarlo también después del nacimiento del bebé.

Es importante que los padres no interpreten estas actitudes únicamente como “berrinches”, sino como mensajes mediante los cuales el niño expresa su necesidad de sentirse aún amado e importante. Por ejemplo, las conductas de ira pueden ser una forma de recuperar una sensación de control en una situación nueva y, a veces, desestabilizadora.

Estrategias de apoyo parental

¿Qué pueden hacer los padres? Ante todo, observar con atención las señales, acoger las emociones y tranquilizar al niño con frases sencillas como “Es normal sentirse celoso cuando llega un hermanito”. Pequeños gestos cotidianos, como dedicar momentos exclusivos al primogénito o involucrarlo en tareas adecuadas a su edad, ayudan a reducir el riesgo de que los celos se conviertan en un problema mayor.

1. Preparación prenatal y narración anticipatoria

La implementación de intervenciones tempranas puede contribuir de manera significativa a reducir el impacto de las reacciones negativas del primogénito. Los autores Brody y colaboradores (1992) destacaron la importancia de la preparación prenatal, subrayando que brindar al niño información adecuada durante el embarazo favorece una adaptación más armoniosa a la llegada del recién nacido. Un papel central en este proceso lo desempeña la narración anticipatoria, que, a través de cuentos, libros ilustrados o actividades de juego simbólico, permite al primogénito representar simbólicamente el cambio y elaborarlo a nivel cognitivo y emocional.

2. Participación activa en el cuidado

Una estrategia de apoyo importante consiste en involucrar al hermano mayor en las prácticas de cuidado del recién nacido. Pequeñas tareas, como alcanzar un pañal, participar en el baño o elegir la ropa, representan una experiencia relacional de gran valor: por un lado, refuerzan el sentido de autoeficacia y la percepción de pertenencia al nuevo contexto familiar; por otro, contribuyen a desarrollar autoestima y transmitir la idea de un rol activo y reconocido dentro de la familia, reduciendo los sentimientos de exclusión o celos.

Es fundamental, sin embargo, que dicha participación no adopte la forma de una obligación: las tareas y responsabilidades deben adaptarse a la edad, las competencias cognitivas y la disponibilidad emocional del primogénito. Solo así la experiencia puede resultar positiva y no convertirse en fuente de estrés. Cuando este proceso se modula adecuadamente, favorece una integración más rápida del hermano mayor en la nueva configuración familiar, transformando un posible momento de crisis en una oportunidad de crecimiento relacional y emocional.

3. Tiempo exclusivo con los padres

El tiempo exclusivo con los padres representa una estrategia fundamental para apoyar al primogénito en su proceso de adaptación a la llegada de un hermanito. Los estudios de Volling y colaboradores han demostrado que los momentos dedicados únicamente al hijo mayor, aunque breves y dentro de la rutina diaria, contribuyen a preservar la continuidad del vínculo diádico y a reducir el riesgo de ansiedad por separación.

En esta perspectiva, el concepto de “presencia psicológica” delineado por Winnicott adquiere un valor central: lo que importa no es la cantidad de tiempo pasado juntos, sino la calidad de la relación, la capacidad del padre o la madre de estar auténticamente disponible y sintonizado con las necesidades emocionales del niño.

Si se aplican con constancia y sensibilidad, estas prácticas educativas permiten al primogénito sentirse reconocido y valorado, previniendo sentimientos de exclusión y reforzando la cohesión familiar. De este modo, el nacimiento de un hermano no se convierte solo en un momento de redefinición de roles, sino también en una oportunidad de crecimiento relacional y emocional para todo el núcleo familiar.

4. Validación emocional

Un papel central lo desempeña, finalmente, la validación emocional. Dar voz a los sentimientos de celos o tristeza sin emitir juicios permite al niño atribuir significado a su experiencia afectiva e integrarla, evitando que se traduzca únicamente en comportamientos disfuncionales. Frases sencillas como “Es normal sentirse un poco triste cuando las cosas cambian” resultan herramientas eficaces tanto para la regulación emocional como para el desarrollo de la capacidad de mentalización.

 

El papel de los padres como reguladores afectivos

Los padres desempeñan un papel fundamental en el acompañamiento del primogénito durante la adaptación al nacimiento de un hermano, actuando como verdaderos co-reguladores de su mundo interno. Esto significa que la calidad de su presencia emocional se vuelve determinante para modular las reacciones del niño; una postura empática y contenedora permite reconocer las señales afectivas del hijo sin banalizarlas ni reprimirlas.
En esta perspectiva, el concepto de “holding psicológico” introducido por Winnicott sigue siendo un punto de referencia esencial. Ofrecer al primogénito un espacio seguro, en el que sus sentimientos de celos, miedo o ira puedan ser acogidos y comprendidos, permite contener la angustia ligada a la pérdida de centralidad y favorecer una reelaboración constructiva de la experiencia.

 

La integración del primogénito en el nuevo equilibrio familiar es un proceso delicado que requiere que los cuidadores implementen estrategias relacionales específicas. La prevención de conflictos fraternales y la construcción de vínculos cooperativos dependen de la sensibilidad parental, del respeto por los tiempos individuales de adaptación y de la capacidad de validar las emociones emergentes. De este modo, los celos y la competencia no se niegan, sino que se transforman en oportunidades de aprendizaje afectivo y relacional.
Finalmente, una buena regulación emocional a nivel familiar no solo protege el bienestar del primogénito, sino que también favorece el crecimiento armónico de todo el núcleo familiar. Una fase potencialmente difícil, como la llegada de un nuevo miembro, puede convertirse en una oportunidad evolutiva para todos, fortaleciendo la cohesión y promoviendo el desarrollo de competencias emocionales compartidas.

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